Buenos Aires (Argentina), 29 de junio de 2014. Por Gisela Bombini (psicóloba). Cada cultura tiene su criterio a la hora de definir cuál es el rol que las personas cumplimos en la sociedad. De alguna manera se espera que hagamos determinadas cosas según la edad que tenemos. Tradicionalmente, la educación finaliza en la adolescencia o adultez media; luego se ingresa al mundo del trabajo, para retirarse del mercado laboral entre los 60 y 65 años de edad. Frecuentemente se ha correspondido con una dosis de retiro social; se producen menos contactos sociales y más intercambios intrafamiliares.
De esta forma, se ha asociado vejez con pasividad y dependencia. Culturalmente “hacerse grande” ha sido algo deseable, mientras que “hacerse viejo” ha tenido connotaciones más bien negativas. Pero los modelos que aporta nuestra sociedad hoy son diferentes: los conocimientos adquiridos en la juventud ya no sirven para toda la vida, y la etapa de la educación ya no es la infancia y adolescencia, sino que tiende a continuarse y abarcar todo el ciclo vital.
De la misma forma, en otros ámbitos los paradigmas han ido cambiando. El concepto de salud ya no responde al modelo médico, que toma cómo parámetros los indicadores biológicos exclusivamente. Es integral y abarca aspectos tanto genéticos como psicológicos, sociales, conductuales, etc. La mayoría de los estudios indica que la edad cronológica y los factores biológicos tienen menos incidencia en la salud en comparación con los factores medioambientales, a medida que avanza la edad.
La percepción subjetiva es un determinante de la calidad de vida. La OMS la define como “la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes (…) está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno».
La manera en que llegamos a la tercera edad está ligada a la forma en que vamos viviendo cada etapa, y es un correlato (no por eso inmodificable) de las etapas anteriores. Tiene que ver con el proyecto de vida y también con el posicionamiento personal que se adopte para afrontar la nueva etapa.
Disponer de mucho tiempo libre, no tener actividades fuera de la propia casa, no participar de actividades colectivas; todos estos son factores que combinados constituyen situaciones de riesgo para adultos mayores. El “salvavidas” que puede operar como rescate ante el aislamiento, es el sentido de pertenencia a través de la participación social con pares y los intercambios sociales intergeneracionales.
Como consecuencia de lo que venimos afirmando, el modelo asistencial no puede dar respuesta a este aspecto. No se puede hacer una indicación de “participación en actividades sociales”, como si fuera un medicamento. No es casual que la obra social que integra al mayor porcentaje de adultos mayores en Mar del Plata (PAMI), mantenga un programa con actividades tan variadas (danzas, computación, artes plásticas, etc.), que a simple vista no se relacionarían con la salud. Sin embargo, prevenir el aislamiento y desarrollar las propias potencialidades que conducen a la autorrealización y refuerzan el autoconcepto, redundan directa y positivamente sobre la salud. Se trata del interjuego entre lo individual y lo colectivo; entre la disposición personal y la disponibilidad de recursos en el entorno próximo.
Si hablamos de calidad de vida, de salud, de bienestar; en definitiva, no podemos dejar de hablar de actividad, desarrollo, participación, porque somos, sobre todo, seres sociales con necesidades de pertenencia.
Fuente: El Retrato de Hoy