María Luisa: el grito de los olvidados

Buenos Aires (Argentina), viernes 15 de julio. Por Valeria Jasper. A veces desde las 6 de la mañana, a veces cercano al mediodía, María Luisa espera.  Espera ser atendida, en silencio, sin sobresaltos. No importa el tiempo del reloj, si aun hay luna o haya salido el sol. Ella espera, me espera.

María Luisa carga con 83 años de vida y sobrevida. Llego del interior de Santiago del Estero, como tantas otras almas, buscando un mejor porvenir en la inconmensurable Buenos Aires.

Se encontró limpiando lo ajeno, entre Capital y Conurbano, y se encontró con la mano violenta. Ella levanto las paredes que, hoy derruidas, la cobijan. Y así vive, sola, en soledad.

Y llego el tiempo en que la economía, la ley, la sociedad misma, determinan arbitrariamente que uno es jubilable. Maria Luisa es jubilada.

Ella, como tantos otros jubilados espera.

Espera el abrir de las puertas, conseguir el ansiado turno, ubicarse, y seguir con la espera….

Pareciera que los viejos, al llegar a cierto momento vital, solo deben esperar….

Simone de Beauvoir, en su obra “La Vejez”, primer ensayo “científico” sobre el tema; nos habla del silencio que impregna a la vejez como fenómeno social moderno en una sociedad de consumo donde aquel que no se presenta como una fuerza económica activa, no es, no existe.

“ … Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto vergonzoso del cual es indecente hablar… Cuando explico que estoy trabajando en un ensayo sobre la vejez, las más de las veces me dicen <<Qué idea… Qué tema triste>>… Justamente por eso escribo este libro; para quebrar la conspiración del silencio… “

 ¿Por qué hablar de vejez?

 Por el simple hecho de que todos envejecemos.

Es muy común que frente al escenario que nos plantea la vejez, simplemente con nombrarla las imágenes y sensaciones que se presentan, están ligadas a la pasividad, la pérdida, la dependencia, el tiempo libre sin uso; y sin lugar a dudas nos lleva reflexionar sobre uno de los mayores tabúes de la idiosincrasia occidental: la muerte, la finitud de la vida; la real y concreta determinación de que no somos inmortales.

Hablar de vejez es enfrentar los límites que socialmente intentamos ignorar, el límite temporal del ser humano.

En nuestra cultura occidental, encontramos un claro temor al envejecer, producto de primar un patrón socio cultural donde el arquetipo dominante espera que todos sean productivos, bellos y jóvenes. Esta visión hegemónica del cuerpo desconoce y no reconoce a los adultos mayores como sujetos. Lo vemos a diario en las publicidades donde la urgencia por persistir en la juventud, es lo no viejo.

El discurso dominante homogeniza a la vejez, a la vez que la invisibiliza, siendo producido y reproducido constantemente por la sociedad. Cuando se refieren a la vejez no lo hacen desde su esencia, sino desde su negatividad. El mensaje es “no llegar a viejo”.

“En tanto que la vejez aparece como una desgracia: aún entre las gentes a las que se le considera bien conservadas, la decadencia física que entraña salta a los ojos. Porque la especie humana es aquella en que los cambios debido a los años son más espectaculares. Los animales se consumen, se descarnan, se debilita, no se metamorfosean.  Nosotros sí…Antes de que nos caiga encima, la vejez es algo que sólo concierne a los demás.  Así se puede comprender que la sociedad logre disuadirnos de ver en los viejos a nuestros semejantes…”

El envejecimiento de la población se ha convertido, en las últimas décadas, en una constante demográfica sin precedentes y sin ser tomada seriamente.

Mientras que en el siglo XX América Latina y el Caribe se caracterizaron por el crecimiento de la población, el siglo XXI está marcado por su envejecimiento.

Julieta Oddone, directora del programa “Envejecimiento y sociedad” de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) resalta que “siempre hubo viejos en las sociedades. Pero ahora es la primera vez que, en la historia del mundo, las viejas son las sociedades”.

Y aunque las sociedades estén viejas, no todos envejecemos de la misma manera, ni bajo las mismas condiciones. Diversas maneras de vivir, diversas maneras de envejecer.

No es lo mismo ser viejo que vieja. Cuando nos referimos a las personas mayores nos referimos a un colectivo altamente feminizado, con una salud en mayor deterioro, donde el cuidado de los otros continua marcándolas a fuego: hijas mayores cuidando a padres mayores, abuelas a nietos.

A pesar de ir ganando espacios, gran parte de las mujeres que envejecen lo hacen desde la invisibilidad y la vulnerabilidad; en un sistema opresor de pocos sobre muchos.

María Luisa apacigua su espera, entre papeles, turnos y monedas.

Espera para gritar, silenciosamente, que tiene hambre.  Que hace mucho que el sabor de un pedazo de carne no llega a sus sentidos ni a sus entrañas. Que cuando cobra lo que llama sueldo, paga los servicios, compra los remedios y no le que queda mucho para comer.

“Hay que cumplir, vio licenciada”, me dice con su suavecita voz.

María Luisa cumple, aunque con ella no lo hacen ni las empresas que aumentan las tarifas, ni los bancos usureros, ni el sistema previsional indigno, ni el sistema de salud que no sabe cómo atenderla, que no puede atenderla, que no lo hace.

¿Por qué no la cuidan? Porque Maria Luisa ya no produce, no genera ganancia. Es un sujeto de beneficencia. Solo gasta. Es un gasto.

La economía está basada en el lucro, a él está subordinada prácticamente toda la civilización; sólo interesa el material humano en la medida en que rinde. Después se lo desecha…Nos cuentan que la jubilación es la época de la libertad y el ocio…Son mentiras desvergonzadas. La sociedad impone a la inmensa mayoría de los ancianos un nivel de vida tan miserable que la expresión “viejo y pobre” constituye casi un pleonasmo.

Que durante los quince o veinte últimos años de su vida un hombre no sea más que un desecho es prueba del fracaso de nuestra civilización… Exigir que los hombres sigan siendo hombres durante su edad postrera implicaría una conmoción radical. Imposible obtener este resultado con algunas reformas limitadas que dejaran intacto al sistema…”

Miles como Maria Luisa quizás se pregunten “¿para qué envejecer en la miseria, si soy nada, vieja, enferma y hambrienta?”.

Decires que condenan, revelando rostros y dignidades pisoteadas.

Sin embargo estamos los que miramos a las ‘María Luisas’, las escuchamos y las ayudamos a no continuar siendo burro de carga de los hambrientos explotadores de la vida humana.

Las ayudamos a gritar. A ponerse de pie.

Fuente: La Izquierda Diario

Leave a Reply