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Buenos Aires, 15 de junio de 2013. Son agredidos, humillados y abandonados por sus familias. Y muchas veces los herimos sin saberlo. Dos especialistas, una defensora oficial y una historia de destierro nos muestran cómo los tratamos

– ¿Qué tal abuelo?

-­No soy su abuelo!

-Se lo digo cariñosamente…

-Prefiero que me diga viejo aunque sea menos cariñoso…

-¿Por qué dice eso?

-Porque tengo 70 años y dediqué mi vida a la docencia en escuelas rurales. Como maestro, he visto crecer a cientos de alumnos que fueron como hijos e hijas para mí. Pero no tengo nieto y duele que a uno lo traten por lo que nunca fue, un abuelo, y lo despojen de todo lo que hizo y dio en su vida…

Hoy, 15 de junio, el mundo está invitado por Naciones Unidas a tomar conciencia sobre los abusos y maltratos en la vejez. En alguna casa, hospital o asilo alguien estará extrañando por estas horas una caricia, una compañía, un oído dispuesto a escuchar historias que por repetidas no pueden dejarse de escuchar, porque en ellas el amor siempre termina venciendo al olvido y la soledad.

Rosalía, en todos

En un hogar público de Cafayate, sola, triste y enferma, Rosalía Rivas espera que la regresen a su casa de villa Chartas, en la capital salteña, donde vivía feliz, pese a sus achaques y su mísera jubilación como docente, acompañada por tres perritos que completaban su familia. Los sentía como hijos y aún los llora sin saber dónde fueron a parar.

A ella la arrancaron de su casa, en pasaje Anta al 1.200, una fría mañana de julio. Fue hace dos años. Familiares lejanos la llevaron a Santa María (Catamarca) contra su voluntad. El organismo al que amigas de Rosalía habían acudido poco antes a reclamar acompañantes terapéuticos consintió el desarraigo. La defensora oficial civil 4, Natalia Buira, interpuso un hábeas corpus y requirió la inmediata restitución de Rosalía a su seno hogareño. La Justicia salteña aún no lo resolvió. Mientras tanto se inició un proceso que busca declarar insana (demente) a la anciana que llora a sus perros y difícilmente vuelva a verlos.

Salta está llena de penas, olvidos y almas heridas, como la de Rosalía, aseguran en la Asociación de Técnicos Superiores en Gerontología Social.

“Como especialistas en gerontología, sugerimos la necesidad de aplicar estrategias de prevención más eficaces y dar importancia a la prevención primaria. Es necesario, además, construir una sociedad que garantice una existencia digna a las personas mayores, con sus necesidades cubiertas adecuadamente y con oportunidades reales de realización personal”, puntualizó la presidenta de esa entidad, Estela Cisneros.

Ella está convencida de que la prevención empieza con la sensibilización y que las mejores herramientas para crear conciencia en la ciudadanía, los profesionales, las dirigencias políticas y los mandatarios públicos están bastantes descuidadas: la educación y la capacitación.

La vicepresidenta de la Asociación, Leonor Frissia, dejó en claro a qué se debe tanto enojo de los mayores cuando se los trata de “abuelos” o “abuelitas”. “Abuelo es un rol familiar, pero un individuo ha cubierto muchos roles en su vida y hoy en día los sigue cubriendo: es vecino, padre, amigo, pareja, trabajador, jugador de bochas, estudiante. Si se despoja a una persona de estos roles, se destruye la identidad de toda su vida”, advirtió.

Las formas de violencia, discriminación y humillación que sufren las personas en el invierno de sus vidas son muchas y no todas se perciben con la misma nitidez. Los maltratos llegan mucho más allá de las agresiones físicas y los abusos. “Cuando una publicidad dice que si ocultas los signos del envejecimiento te ves linda, está asociando ser viejo con ser feo. No está dicho literalmente, pero es prejuicioso”, acotó Cisneros.

La infantilización

Expresiones como “los viejos son como los chicos” son, también, maneras desacertadas de referirse a los mayores, aun en los casos de adultos que tienen un gravísimo deterioro y que necesitan del auxilio de los demás para todas las actividades de la vida diaria. “Este adulto atravesó toda su vida, la llevó adelante, aprendió cosas y, aunque esté aparentemente sin conciencia, percibe y sufre lo que perdió, mientras que un chico todavía no empezó el camino”, diferenció Estela Cisneros. Otra manera sutil del maltrato es no atender a las enfermedades pensando que son propias de la edad. Es típico escuchar: “A su edad qué quiere”.

“Y lo que el adulto quiere es tener calidad de vida. Quizás la rodilla no vuelva a funcionar correctamente, pero puede doler menos si se la trata”, aportó Leonor Frissia.

Sobreprotección.

La sobreprotección por parte de la familia, en especial de los hijos, es otra manera del maltrato, la peor y más común forma de violencia porque la frase que está implícita es: “Te cuido porque vos no vas a saber manejarte”. Ricardo Iacub, un renombrado especialista de la UBA en psicología de la tercera edad, señaló: “Yo he visto casos en los que un adulto iba con su familia a una consulta y se le pedía que se retirara para hablar con los hijos sobre su patología, como si él no pudiera opinar”.

Además de los maltratos físicos que producen heridas, dolor o discapacidad, los adultos mayores sufren abusos psicológicos: insultos, amenazas, humillaciones y también infantilización cuando se los trata como si fueran niños.

Están también el maltrato financiero (explotación, aprovechamiento o despojo de fondos y patrimonio); el abandono y la negligencia (deserción o fracaso, intencional o no, en el cuidado de la persona); el autoabandono (conducta que amenaza su propia salud), el maltrato estructural (falta de políticas y salud adecuadas, mala aplicación de leyes e incumplimiento de normas) y el abuso sexual.

En el lenguaje cotidiano encierra formas muy sutiles de maltratos a la vejez: “¿lo ayudo abuelo?”, “­estás cada vez más joven!”, “los viejos son como los chicos” o “con viejos no quiero estar”. Detrás de frases así se esconden los prejuicios hacia la vejez. También hay actitudes, como no querer decir la edad, que son más profundas de lo que parecen y se deben al temor a ser descalificados y discriminados en función de los prejuicios que hay en torno a “ser viejo”.

¿Estamos dando como sociedad un buen trato a nuestros mayores? ¿Los organismos gubernamentales les dan un trato digno? ¿Se respetan sus derechos en las instituciones? La verdad abruma porque la violencia existe: es una problemática que afecta, degrada y no se denuncia. No hay datos estadísticos de prevalencia ni incidencia.

La violencia se instala en los distintos contextos en que el anciano está inmerso (familia, vecindario e instituciones) con valores, creencias y representaciones sociales de las que surgen los mitos y prejuicios que conlleva el “viejismo”. Y éste guarda la insensata aseveración de juzgar al viejo como enfermo, dependiente, terco, egoísta, asexuado, incapaz de nuevos aprendizajes. Entre las diferentes formas de violencia quisiera detenerme en el maltrato estructural societario, porque a la falta de políticas sociales y de salud adecuadas y el mal ejercicio e incumplimiento de las leyes existentes, se suman normas sociales, comunitarias y culturales que desvalorizan la imagen del adulto mayor, resultan en perjuicio de su persona y se expresan en discriminación, marginalidad y exclusión social.

En las sociedades occidentales, como la nuestra, en donde se hace un culto de la juventud y de la productividad económica, los adultos mayores son muchas veces percibidos como una “carga” y, en consecuencia, “retirados” del medio familiar.

La cantidad de residencias para adultos mayores, geriátricos públicos y privados va en aumento, por lo que urge que las familias tomen conciencia sobre la necesidad de la contención afectiva que deben a sus adultos mayores dentro de su núcleo familiar y dentro de su hogar.

Pero es cierto también que existe un déficit habitacional elevado y que muchas personas viven en departamentos reducidos que les impiden tener consigo a sus adultos mayores. Es entonces que el Estado, a través de sus Institutos de Vivienda, debe prestar especial atención y priorizar estos casos al otorgar viviendas sociales.

Existe, además, un déficit en materia de acompañantes terapéuticos y cuidadores domiciliarios, a los que resulta engorroso acceder.

Al mismo tiempo, resulta fundamental para la protección de los derechos de las personas de edad que las autoridades controlen de forma eficiente las residencias y geriátricos públicos y privados, especialmente los psicogeriátricos. Muchos se dedican a mantener a la persona recluida sin proporcionarle ninguna actividad. Y en estas condiciones no son pocos los hombres y mujeres que sienten que “se los mata en vida”. Resulta violatorio de los derechos humanos que muchas residencias y geriátricos en Salta funcionen sin estar habilitados para ello.

 Fuente: El Tribuno

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