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Buenos Aires (Argentina), 2 de septiembre de 2014. Por Ignacio Katz, Doctor en Medicina y Director en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud.

No es lo mismo vivir que existir. Los adultos mayores deben ser incluidos en una integración intergeneracional, dejando de ser receptores de insumos para transformarse en actores protagonistas del dar y recibir, del enseñar y aprender, adquiriendo el rol de verdaderos vínculos de trasmisión de sus capacidades.

Debemos percatarnos de lo que pierde la sociedad al segregarlos; de los saberes y habilidades que, si la sociedad no los escucha, se diluyen en el olvido.

Envejecer no es una enfermedad. Y desde el punto de vista biológico es posible enlentecer su vulnerabilidad por medio del empleo de conductas saludables.

Para consolidar esto, se requiere diferenciar necesidades de problemas, temas que la ingeniería social debe encarar en forma multidisciplinaria mediante políticas públicas y estrategias de gestión que posibiliten responder a sus demandas y anticiparse a sus necesidades.

La actual situación argentina muestra la necesidad de innovar para poner en marcha un «proyecto productivo intergeneracional» que posibilite revertir esta no tan oculta segregación, que acentúa los estadios más preocupantes de nuestros adultos mayores, como la soledad, el sedentarismo, la desnutrición, la dependencia y la denigración.

El hecho de saber reconocer la instalación gradual de este estado de vulnerabilidad constituye el primer índice de una etapa que reclama requerimientos diferentes.

Asumamos que nos estamos refiriendo a una clase etaria en tendencia creciente y sin tiempo de revancha. El antropólogo Marc Augé, en su libro El antropólogo y el mundo moderno, resalta la ambivalencia de contar con máximas posibilidades de comunicación, en paralelo con el aislamiento del adulto mayor urbano. Este autor nos habla del «no lugar» en la sobremodernidad y de los cambios culturales en el comportamiento hacia los ancianos, que parecen haber quedado confinados en un espacio inferior.

Como señalamos, el problema no es el envejecer, sino los factores condicionantes que determinan la marginación de los ancianos y que bloquean su acumulado potencial de creatividad.

El envejecimiento no es un drama, pero sí lo es lo que la sociedad hace y deja de hacer con quienes atraviesan ese proceso.

El gran cambio es dejar de ver al adulto mayor como un receptor de políticas. Hay que verlo como un protagonista social que aporta aquello que ha atesorado en su vida como fuente proveedora de estímulos vitales.

Fuente: La Nación

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