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Buenos Aires, 28 de junio de 2013. Por Carlos Daniel Mias, profesor adjunto de la Cátedra de Neuropsicología, Universidad Nacional de Córdoba. Instituto Ciencias Cognitivas Aplicadas, Semas.

En una población mundial que envejece de manera creciente, existe a nivel global un marcado interés por la zona limítrofe entre el envejecimiento normal y ciertas enfermedades asociadas a la edad, como el Alzheimer.

Entre todos los cambios relacionados con el envejecimiento, las pérdidas de memoria son las más evidentes. La dificultad para evocar nombres, números de teléfono, lugares donde se dejan las cosas, retener pequeños mensajes o un listado de compras, constituyen quejas de memoria frecuentes. Sin embargo, no toda afectación de la memoria indica el preludio silencioso de un camino que lleva a la demencia. Pero, ¿cómo saberlo? ¿Cómo saber la naturaleza y el significado de los olvidos? Especialmente, cuando tienden a ser negados o compensados por la experiencia individual o la inteligencia cristalizada. Así se retrasa la consulta temprana y se pierden oportunidades de prevención secundaria.

En la actualidad, resulta muy importante la detección temprana de un deterioro de riesgo de demencia. En el historial de la persona con Alzheimer suelen encontrarse quejas subjetivas de memoria que no han sido debidamente atendidas por los facultativos y, generalmente, es tarde cuando el problema se hizo evidente para el clínico.

Por otro lado, el camino hacia la demencia no siempre se inicia con problemas de memoria. Después de los 50 años también pueden indicar un preludio de la enfermedad una depresión tardía, cambios conductuales llamativos, como la desinhibición, comportamientos descontextualizados, progresivo encierro o abandono de la persona, una notable retracción social o laboral sin justificativos válidos, dificultades en el desempeño de tareas cotidianas, cambios en la personalidad, sensaciones de fatiga continua y dificultad para el esfuerzo mental, entre otros.

Los factores de riesgo están dados por la edad a partir de los 65 años, el bajo nivel de instrucción formal, el bajo nivel de lectura diaria, la frecuencia de ciertos olvidos y la vivencia de que constituyen un problema, la presencia de obsesividad como rasgo psicológico, la disminución de la sociabilidad y la percepción de un informante o familiar sobre un cambio de la memoria o de personalidad.

Recomendaciones

Las recomendaciones generales para los mayores de 64 años contemplan hábitos neuroprotectores: iniciar nuevos estudios, aprendizaje de idiomas, de oficios, de instrumentos musicales, teatro, y actividades lúdicas que impliquen el uso de estrategias variadas (por ejemplo, ajedrez, bridge, etcétera).

También realizar actividades de uso del lenguaje (lectura, escritura, conversación, juegos de palabras), aprender una palabra nueva del diccionario cada día, y opinar con información y lógica sobre diversos temas. Es muy bueno leer un libro, ver una película u obra de teatro o escuchar música, siempre y cuando comparta o intercambie con otros sus impresiones. Al acostarse, destinar unos minutos a repasar lo que se hizo durante el día (mientras más detalles mejor).

A nivel preventivo, se recomienda realizar una evaluación neuropsicológica de control cada cinco años a partir de los 50, y cada tres años a partir de los 65 años de edad; prevenir la depresión y practicar relajación y autocontrol; realizar talleres de memoria o juegos intelectuales y consultar con un especialista frente a cualquier duda.

Fuente: La Voz

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