La Habana (Cuba), 2 de octubre de 2015. Por Mayra García Cardentey. Acumular los años, las experiencias, las arrugas, no es fácil. “Pocos saben envejecer”, resumen los sabios en frases ancestrales, en tanto los especialistas repiten las mismas preguntas: ¿Se asimila con naturalidad el paso ineludible del tiempo? ¿Pesan tanto los años que no permiten tener una vejez plena y feliz?
Tampoco la sociedad viabiliza un tránsito etario coherente, flexible, optimista.
La imagen frecuente del adulto mayor lo resume como aquel que busca mandados domésticos, cuida a los nietos y garantiza los quehaceres de la casa. Se ocupa al anciano con los deberes que a los otros miembros de la familia les sobra, para que “ayuden”, “hagan algo”; cuando la esencia en vez de “hacer”, es “formar parte de”.
Por eso cada 1º de octubre el mundo reflexiona sobre los que peinan canas. No importa cómo se le denomine: Día del Adulto Mayor, del Anciano, de las Personas de Edad, si el debate gira en torno a la sostenibilidad y la inclusión de este grupo etario en sus diferentes entornos de desarrollo.
Aunque, el escenario internacional se recrudece y lanza una alerta sistémica. Los datos muestran cifras frías, pero complejas: en la actualidad casi 700 millones de personas tienen más de 60 años. El futuro no escatima tampoco en proporcionar interrogantes: ¿Cómo se preparan los gobiernos del mundo para un 2050 donde los sexagenarios, o mayores, serán 2000 millones (superior al 20 por ciento de la población global)?
Está claro: cada vez somos más viejos; cada vez existen menos jóvenes sustentando, con su producción laboral, un mundo encanecido. En medio de este contexto: ¿Cómo comprender y enfrentar cuestiones demográficas que se convierten en dificultades de desarrollo en el siglo XXI? ¿Cómo potenciar medidas y políticas públicas para un progreso sostenible y coherente con la dinámica de la población?
Cuba no escapa de este panorama, es más, lo padece como pocos países al ser considerada una de las naciones más avejentadas de América Latina. La mirada debe ir más allá de vanagloriarnos con la esperanza de vida en 78 años, aproximadamente. Pensar en ello no es solo garantizar condiciones para las necesidades particulares de las personas de edad; sino crear espacio para la contribución social de los ancianos y ancianas, que aún con niveles inferiores, no debe ser descartable.
Así lo entienden las principales autoridades. Para ello disponen recursos humanos y materiales en función de programas especiales educativos y de salud con particular incidencia en la senectud cubana. Hogares de ancianos y círculos de abuelos conforman algunas de las iniciativas. Por su parte, las Cátedras del Adulto Mayor inspiran a otros modelos docentes de diversas partes del mundo. Sus 15 años de labor defienden un entorno para potenciar el desarrollo intelectual y emocional de las personas de edad, así como perfeccionar su desenvolvimiento familiar.
La filosofía del país, como voluntad política, piensa y debe seguir pensando en cuánto aportamos a las personas de la tercera edad y cuánto contribuyen ellos desde sus estados objetivos actuales. Una jubilación, una edad sexagenaria no anula los esfuerzos laborales y sociales que todavía estos sujetos activos pueden asumir.
Aprender a ser viejos es una tarea de todos, el don de envejecer no empieza cuando se cumplen los 60, sino desde el propio inicio de la vida.
“Hemos sido educados en la cultura de la juventud, en vez de en la vejez”, insisten los estudiosos del tema. Mientras, la mayoría tenemos miedo de avanzar en el tiempo y de asumir el hecho de que nos hacemos mayores, y que el proceso de envejecimiento no es algo lejano que les sucede a los demás. Inciden en este imaginario, los prejuicios sociales y los estigmatizados roles de edad creados por las sociedades contemporáneas.
Casi todos continuamos el juego: se esconden los años, se apuesta por los remiendos físicos, se coquetea con las modas, se engañan las canas con tintes y cortes de pelo discretos.
Y nada es definitivo. Nada contiene a los años. Porque envejecer, como país, como persona, no puede pensarse como un proceso inevitable, como un atentado a nuestra juventud y/o desarrollo que hay que eludir a todo costo. Envejecer debe ser un don a disfrutar con la mayor plenitud posible.
Fuente: Cuba Ahora