Buenos Aires, 7 de noviembre de 2012. Más adultos mayores de 65 años, con mayor expectativa de vida, menos trabajadores activos para sostener el sistema previsional y sanitario, baja productividad y deficiente educación para aumentarla, una convivencia difícil entre viejos y jóvenes en las ciudades, son las luces amarillas encendidas en el tablero demográfico argentino.
Esta entrevista a Jorge Colina, economista jefe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, desarrolla estos conceptos.
-¿Dónde recaerán las primeras consecuencias del envejecimiento de la población que se refleja en el cambio demográfico?
Sobre el gasto público, ya que aumentará el número de jubilados para cobrar, siendo que actualmente ocupan la mitad de las erogaciones del Estado Nacional. También repercutirán en una mayor exigencia presupuestaria para la salud, que insume 10 % del PIB, y las instituciones no están diseñadas para dar una mayor cobertura previsional. El régimen jubilatorio contributivo exige 30 años de aportes y un aporte mensual que supera 40 % del salario. Es por esto, que poca gente llega a cumplir este requisito. Se estima que sólo 4 de cada 10 trabajadores podría hacerlo. Por eso la Argentina tenía una cobertura previsional baja (63% aproximadamente) hasta que se hicieron las moratorias. Ahora el 90 % tiene jubilación, pero como fue por única vez ese porcentaje no se repetirá, a menos que haya otra moratoria. Más de la mitad de los activos no aportan. Hay que ir preparando un sistema previsional que brinde la cobertura universal, pero sustentablemente.
-¿Y para qué están las moratorias?
-No son la solución porque equiparan al que hace aportes con el que no hace y además no es sustentable financieramente. Sería mejor que se instrumentara un sistema que brindara un protección básica a 60 % que no puede hacer aportes suficiente para jubilarse en el sistema contributivo y dar complementos superadores a los trabajadores que hicieron aportes, para no cometer la inequidad de la moratoria, que equipara a los que hacen aportes con los que no lo hacen.
En los países avanzados la jubilación es universal a partir de determinada edad, con una jubilación mínima, y por encima de ese monto, la gente complementa con planes de pensiones que se pactan como mejora salarial durante la actividad.
-¿Y qué sucederá con la salud?
-Esta sería su estructura: los trabajadores formales, que entre los 30 y 50 años reúnen grupos familiares que utilizan a medias los servicios, salvo por casos puntuales, y dejan de aportar a los 65 años, pagan las obras sociales. En el caso de la pública, atiende muchos más niños que son los que no tienen cobertura por ser hijos de desocupados, inactivos y trabajadores informales de bajos ingresos. El PAMI tiene una gran concentración de viejos. Ahora bien, la economía de la salud es muy complicada, porque conviven tecnologías tradicionales, contemporáneas y futuras, cuyos cuadros de costos muestran una progresiva inflación en dólares: por ejemplo, un radiógrafo amortiza una inversión de 120 mil; un tomógrafo 400 mil y un tomógrafo con escáner 2,3 millones; un bisturí manual 20, uno eléctrico 12 mil y un láser 30 mil. Obvio que la demanda prefiere la última tecnología, que es la más cara.
-¿Cómo se cubriría una brecha entre menos aportantes y más beneficiarios?
-Con la vuelta al sistema de reparto ha dejado de haber ahorro previsional. El sistema se basa en que los que nacen hoy tendrán que mantener a los ancianos en el futuro. Se requerirán más impuestos, aumentos en la productividad económica y un sistema educativo que mejore el capital humano. El desafío que se presenta para las futuras generaciones es cómo producir más y mejor, para soportar al mismo tiempo la crianza de los hijos y la manutención de los ancianos.
En estos momentos, la productividad no contaría para aplicar a la atención del envejecimiento poblacional y la formación educativa es deficiente para generarla por el lado del trabajo. Uno de cada tres chicos de la secundaria abandona o está atrasado. La mejora requerida no es acompañada por las reglas institucionales. Y arrastrar uno de cada tres jóvenes con deficiencia educativa es una hipoteca importante para afrontar el desafío demográfico. Las anteriores generaciones de inmigrantes en el país hacían estudiar a los hijos y levantaban ladrillos como forma de asegurar el futuro. Los éxitos se reflejaban en los descendientes universitarios que se pudieron hacer cargo de sus abuelos. Esta generación, en cambio, no ahorra para mantener a los futuros viejos y tampoco sus hijos estudian lo suficiente para reforzar la productividad que asegure el cumplimiento de tales exigencias.
-¿Se plantea un escenario fiscal de tensión?
–También habrá que resolver la convivencia. Las ciudades que envejecen entran en tensión con las necesidades de los jóvenes. Se contraponen la necesidad de la sobriedad, la tranquilidad, la atención a las discapacidades, con el bullicio, la agitación, y la dinámica propias de otras etapas de la vida.
-Y sociales…
-Las características de la población activa en Argentina en 2030/50 indican que habrá menos jóvenes que trabajadores que aportan al sistema previsional y más jubilados para asistir. Entrará en tensión la temporalidad de las necesidades sociales. En Europa se establecieron regulaciones para nivelar unas y otras necesidades. En Holanda, por ejemplo, se institucionalizó dentro del sistema de salud la inclusión de la residencia especializada en el cuidado de largo plazo de los ancianos. Las soluciones en América latina suelen forjarse a partir de las crisis, y en materia previsional, Chile y Uruguay no cerraron la capitalización y tampoco abandonaron la necesidad de ahorrar para cubrir la demanda.
-La historia también en este caso sería circular…
-En Argentina, después del Plan Bonex de 1992, se empezó a capitalizar los ahorros durante 15 años. Luego vino de nuevo la estatización y vuelta a reparto en el 2008, y se abre otro ciclo que nos lleva a una nueva crisis.
Fuente: www.mercado.com.ar