La Habana (Cuba), 18 de enero de 2015. Cuánto quisiera que fuese el espíritu de los versos de Benedetti lo que predomine en los más de 2.041 392 adultos mayores (más de 60 años) que viven hoy en Cuba, y hacen de ésta –con un índice de 18,3% de envejecimiento poblacional, según datos del último Censo de Población y Viviendas de 2012– una de las naciones más envejecidas de América Latina.
Este fenómeno demográfico, “avanzado”, pone en tensión los sistemas de salud y seguridad social de la isla, ante lo que representa la disminución paralela de la población económicamente activa, y obliga a evaluar con sistematicidad y seriedad la cobertura y calidad de las instalaciones que existen para la atención a las personas de la tercera edad, y pensar en estrategias que garanticen la calidad de vida de esta población.
La Encuesta Nacional de Envejecimiento Poblacional (ENEP-2010) subrayó la importancia de entender este fenómeno no sólo en relación con el aumento en la proporción de personas de edad avanzada con respecto al resto de la población, sino también como la inversión de la pirámide de edades, debido a que no es solamente un aumento de la proporción de ancianos, sino también una disminución de la proporción de niños y jóvenes entre 0 y 14 años (17,2 % de la población, de acuerdo con los resultados del último censo). En otras palabras, tampoco el país cuenta con reemplazo de las fuerzas productivas.
Pero el envejecimiento poblacional supone un reto sin precedentes: los cuidados. Históricamente, los sistemas de salud han sido diseñados para atender problemáticas materno infantiles o enfermedades de corta duración, que no ocasionaban discapacidad. Que las personas vivan hoy mucho más –la esperanza de vida promedio en Cuba es de 78,97 años (76 para los hombres y 80 para las mujeres)– cambia radicalmente este escenario. Un 1.506.852 hogares en Cuba tienen al menos un adulto mayor (39,8%).
Con el índice de envejecimiento actual y futuro de la población cubana, desarrollar y transformar los servicios asistenciales para enfrentarlo es tarea urgente, y en este propósito resulta vital la atención primaria de salud. En ese sentido, Cuba cuenta con una red de casas de abuelos y hogares de ancianos, cuya demanda aún sobrepasa las capacidades.
Ante estas realidades, el Estado ha priorizado la consecución de una estrategia integral para atender la dinámica demográfica, para lo cual el Consejo de Ministros aprobó recientemente una serie de medidas con vistas a mejorar el cuidado que se brinda en estas instituciones en todo el país.
Entre estas acciones destaca un programa de reparación y mantenimiento constructivo que se desarrolla en las casas de abuelos y los hogares de ancianos para completar el mobiliario, así como recuperar y ampliar capacidades, el cual incluye la eliminación de barreras arquitectónicas para que más ancianos puedan acceder, programa que cuenta -según se anunció recientemente en la prensa nacional- con un presupuesto adicional de 66 millones de pesos.
Asimismo, se prevé la apertura de casas de abuelos para atender a pacientes con deterioro cognitivo y demencias a partir de 2015, de forma escalonada.
De acuerdo con datos ofrecidos por el doctor Alberto Fernández Seco, jefe del Departamento de Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, en el recién celebrado Taller Internacional “Políticas Públicas del Cuidado. Compartiendo experiencias”, hoy tenemos un total de 259 casas de abuelos con 8.127 capacidades, y el propósito en el año que recién comienza es llegar a 375 e incrementar a 13.532 las plazas. Por su parte, los hogares de ancianos suman unos 143 en todo el territorio nacional, con unas 11.143 camas. Se pretende llegar a 156 hogares con 11.954 camas.
No obstante, el centro de atención de los cuidados a los adultos mayores sigue desplazándose en gran medida hacia las familias, encargadas de garantizar el cuidado a los adultos mayores, y que se enfrentan a dificultades, como la salida del empleo de personas con capacidades laborales plenas, siendo las más afectadas las mujeres, quienes asumen mayoritariamente la atención de los ancianos.
Es por ello que el actual contexto cubano, donde se prevé que para el 2050 alrededor del 40% de la población sea mayor de 60 años, esté llamado a reajustar las políticas públicas de los cuidados (centrados en la infancia en los primeros años de la Revolución) y continuar enfatizando en el hecho de que estos no son solamente una responsabilidad femenina, sino de toda la sociedad.
Garantizar el derecho de todas las personas a cuidar y ser cuidadas es una aspiración y una necesidad que pasa por el compromiso de las familias, el Estado, las empresas y todos los hombres y mujeres.
En el mencionado taller, Sandra Huenchuan, de la División de Población de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, enfatizaba que el principal desafío para el escenario del cuidado en la vejez es anticipar las respuestas. “La necesidad de cuidados es un riesgo social inminente. Por ello es preciso disponer de mecanismos de protección social a través de una intervención pública sistemática. Hay que tomar en consideración a los actores inmersos en el tándem necesidad-cuidado (niños, personas de edad y personas con dependencia, y quienes prestan asistencia, particularmente las mujeres.)”, subrayó.
En ese sentido, mencionaba la necesidad de que funcione cada uno de los componentes del sistema de protección social
En Cuba, de acuerdo con lo expuesto por Yusimí Campos Suárez, directora nacional de Prevención, Asistencia y Trabajo Social del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, la sociedad tiene por delante nuevos retos en lo concerniente a la seguridad social, el trabajo social, la atención familiar y las redes de apoyo a una población que envejece de manera acelerada.
“Como tendencia en los últimos diez años el presupuesto del Estado financia el 40% de los gastos para el pago de las pensiones de la seguridad social; en el año 2013 ascendió a 5 557 millones de pesos, para más de un millón 600 mil pensionados”, subrayó la especialista.
Entre las últimas acciones aprobadas se encuentran, dijo, en lo concerniente al empleo, la inclusión en el nuevo Código de Trabajo de licencias a trabajadores que estén al cuidado de familiares, sin establecerse límites en los términos de su disfrute.
¿Cuidadoras por excelencia?
En Cuba, las mujeres sobreviven en mayor proporción que los hombres a las edades más avanzadas –53%–, con un índice de 1.119 féminas por cada mil hombres. Resulta contradictorio que siendo mayoría, y además “las cuidadoras por excelencia” en una sociedad que sigue reproduciendo esquemas, las investigaciones sobre envejecimiento poblacional apenas contemplen los puntos de vista de ellas.
Según la Encuesta Nacional de Envejecimiento, en relación con el estado conyugal, la mayor proporción de adultos mayores se encuentran casados o unidos (45,6%), seguidos por los viudos, que representan el 30,2% de la población en estudio. Se constató que esta proporción de viudos, unido a la de separados o divorciados (17,5%) y a los solteros (6,7%), asciende al 54,4%; es decir, una considerable proporción de adultos mayores que al estar sin pareja pudieran carecer de este vínculo afectivo tan importante en la vejez. Estas proporciones son más acentuadas en el grupo de 75 y más.
Dicho análisis denotó un importante diferencial por sexo. Los hombres que se encuentran sin pareja representan el 37,2%, en comparación con el 69,7% entre las mujeres, que se sitúa en 68,2% después de los 74 años. Ello es debido a la presencia de una proporción considerablemente mayor de mujeres viudas, fundamentalmente en dicho grupo de edad más avanzado, en contraste con una proporción mucho más elevada de hombres casados y unidos. En ambos casos la explicación está dada, por una parte, por la mayor mortalidad masculina, pero también por una tendencia mayor de las mujeres a permanecer sin pareja después de terminar una unión, lo mismo por viudez que por separación o divorcio.
La relación que existe entre la agenda de género y la de envejecimiento es evidente. De ese modo, como puntualizara Myrta Kaulard, Coordinadora Residente del Sistema de Naciones Unidas y Representante Residente del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD en Cuba, “la perspectiva de género atraviesa las políticas del cuidado transversalmente”, ya que las mujeres están en situación cultural de vulnerabilidad en cuanto a su realización individual al estar condicionadas profesionalmente “por la inequitativa organización y responsabilidad del cuidado de las personas dependientes en los hogares”.
Según datos del Censo del 2012, las cubanas son el 10% de la población ocupada laboralmente en las edades de 60 años y más, mientras que los hombres constituyen el 27,3%. No es de extrañar entonces que emerjan inequidades, “reflejadas sobre todo en las diferencias salariales, como consecuencia de una mayor cantidad de ausencias de ellas al trabajo, determinadas por su función de cuidadoras en la familia, o por su presencia importante en ocupaciones de más bajas calificaciones que tienen una menor remuneración”, como ha señalado en sus investigaciones la socióloga Reina Fleitas.
Por su parte, para la doctora Mayda Álvarez Suárez, Directora del Centro de Estudios de la Mujer, las tensiones que generan las interacciones entre las esferas laboral y familiar provocan altos costos para las mujeres, las familias, las personas que requieren de cuidado, pero también para el crecimiento económico y la productividad del trabajo.
“Los cuidados y el trabajo doméstico constituyen una fuente de desigualdad no solo en el ámbito del hogar, sino también en el laboral y resulta necesario tener en cuenta que aún persisten patrones y prácticas culturales que oponen resistencias al cambio”.
La especialista señala que hoy las cubanas tenemos una presencia relevante en todos los espacios públicos y somos la mayoría de los técnicos y profesionales en la economía. Al mismo tiempo, se ha reducido el tamaño medio de la familia, debido a la disminución del número de hijos e hijas, por lo que existen menos personas disponibles en las familias que puedan ocuparse del cuidado. Hoy en día muchas abuelas son también trabajadoras asalariadas y activistas comunitarias”.
“El cuidado, atención y satisfacción de las necesidades de las personas adultas mayores dentro de la familia sigue estando casi exclusivamente a cargo de las mujeres convivientes, entre ellas, adultas mayores que cuidan a otros, y ha aumentado el número de mujeres solas al frente de los hogares”, explicó.
Los estudios más recientes dan cuenta de que la falta de tiempo y la sobrecarga de roles que experimentan las mujeres cuidadoras en las edades de 50 y más, es una determinante directa de problemas de salud que ellas viven. “Estos conflictos podrían ser atenuados si se cambia el enfoque de la política hacia las familias y las mujeres que viven esas realidades”, señala Fleitas en su artículo “El discurso invisible del envejecimiento: El dilema de género”, incluido en la publicación de la Cátedra de Antropología Luís Montané de la Universidad de La Habana.
“Los hombres tienen un papel creciente en la atención a la familia”, pero todavía “el viraje no muestra signos de paridad”, señala. “En este punto es necesario que la política pondere valorar el trabajo de cuidado del anciano realizado por un miembro de la familia como una actividad útil”, recomienda la especialista, quien propone además ver la idea anterior como un cambio laboral.
“No debería considerarse jubilada a una persona que asume a tiempo completo el cuidado de un anciano por el hecho de que ha dejado de trabajar en una ocupación pública tradicional”, dice refiriéndose al hecho de seguir concibiendo el trabajo doméstico como no remunerado, y el cuidado como parte del mismo.
Demencias versus cuidados
Cuba Contemporánea conversó con el doctor Juan de J. Llibre Rodríguez, presidente de la sección cubana de Alzheimer, sobre los retos a los que se enfrentan los cuidadores primarios de pacientes con demencias; un tema abordado en los estudios que lleva a cabo el Proyecto Envejecimiento y Alzheimer, de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, y cuyos resultados están publicados en artículos del entrevistado, como Atención a las personas con demencias y enfermedad de Alzheimer y el libro Demencias y enfermedad de Alzheimer en la población cubana (Ciudad Habana. Editorial Científico-Técnica, 2008).
“Las consecuencias de las demencias se producen en tres niveles interrelacionados. Por una parte, la persona con demencia sufre una enfermedad devastadora causante de discapacidad, deterioro de su calidad de vida y que reduce su expectativa de vida. Por otra, la familia y los cuidadores –que constituyen la piedra angular del sistema de cuidados y soporte en todas las regiones del mundo– experimentarán consecuencias psicológicas, físicas, sociales y financieras adversas, que incluyen elevados niveles de ansiedad y depresión, afectación de su salud física, y de sus finanzas, directa (por ejemplo, costos de los medicamentos) e indirecta (ejemplo, pago de servicios, entre estos a otras personas por el cuidado)”, apuntó.
De acuerdo con el doctor Llibre, los cuidadores son cruciales para evitar el internamiento y mantener a las personas con demencia en la comunidad. Cuando no existe el cuidador, o este no puede asumir el cuidado por estrés o enfermedad física, las probabilidades de ingreso en una institución se incrementan exponencialmente. “Por último, existen consecuencias sobre la sociedad en su conjunto, ya que esta asume el elevado costo económico que ocasiona la enfermedad, incluidos los costos en cuidados e instituciones de salud, en cuidados sociales y la pérdida de productividad de la persona que sufre la enfermedad, y los familiares y cuidadores involucrados en el cuidado”.
El especialista subrayó que en los estudios realizados se percibe que los cuidadores primarios de personas con demencia asumen las principales tareas y responsabilidades de cuidar, sin percibir remuneración económica por su trabajo, y son aceptados, como tales, por el resto de los miembros de la familia. Su compromiso es significativo y duradero.
Asimismo, subrayó que el papel del cuidador evoluciona con el tiempo; “se inicia con la asimilación del diagnóstico, la supervisión y ayuda en las actividades instrumentadas de la vida diaria, la progresiva tolerancia ante los trastornos del comportamiento y la atención a las actividades básicas de la vida diaria”.
“Con el avance de la demencia aumentará la carga física y psicológica que deberá soportar el cuidador principal. Crecerá además el número de sus tareas, deberá asumir nuevas responsabilidades, irá perdiendo libertad e independencia para seguir realizando sus propias actividades, lo que puede llegar a suponer una modificación en su proyecto vital”.
El doctor Llibre explicó que los estudios del proyecto Envejecimiento y Alzheimer del Grupo de Investigación Alzheimer de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana en la población cubana, muestran que de los adultos mayores que necesitan cuidado gran parte del tiempo, el 81% tienen demencia (asociada por lo general a problemas de su salud física).
En el estudio de referencia la demencia es la enfermedad que determina mayores necesidades de cuidados en los ancianos.
Según la propia investigación, las personas con demencia necesitaron de cuidado más de una hora por día en las siguientes actividades: vestirse (24,1%), comer (19,5%), baño y aseo general (21,4 %), por ejemplo, recordándoles que se cepillen los dientes y se peinen, que se maquillen, se afeiten, o se cuiden las uñas, ayudando en el aseo, supervisando esas actividades o manteniendo la apariencia de la persona en el curso del día, entusiasmando, persuadiendo o ayudando a la persona a asearse o bañarse.
La ayuda para la realización de las necesidades fisiológicas, entendida como tal ayudando a sentarse y a pararse del sanitario o manejando incontinencia, aseándolo, lavando las ropas arrojó un 20%, mientras que en la supervisión general –por ejemplo, estar atento para que no se escape o se encuentre en dificultades, buscando la persona, evitando que se extravíe o encontrándolo si se pierde– se constató un 15,9%.
El especialista refirió además que la edad que prevaleció en los cuidadores fue de 61,3 años. “Estas edades están enmarcadas en un período vulnerable, pues los propios cuidadores comienzan a experimentar los cambios asociados con la edad, tanto en los aspectos físicos y biológicos como en los aspectos sociales y psicológicos”.
El 53% de los cuidadores tienen una escolaridad superior al nivel secundario, en contraste con 1,9 % de cuidadores iletrados, lo cual es expresión de la labor educacional desarrollada en el país.
La investigación encontró que el cuidador principal en el 85% de los casos es un familiar del paciente y el 80% pertenece al género femenino. Se destacan en su cuidado, en primera línea, las hijas (53,2%) y en segundo lugar las cónyuges (17,3%). “El que las mujeres sean las que desempeñen el papel principal en el cuidado de sus familiares enfermos es prácticamente universal y constituye un reflejo de la enorme carga que se añade al tradicional rol de ama de casa. Similares resultados se obtuvieron en el EUROCARE, un estudio que incluyó 14 países europeos y en el que las mujeres, resultaron el 71% de los cuidadores”, puntualizó el experto.
Igualmente, dijo, el estudio piloto del proyecto internacional en demencias, del cual nuestro país es fundador, y que incluyó 706 personas con demencia y sus cuidadores de 32 países, arrojó que la mayoría de los cuidadores son las esposas o mujeres más jóvenes que se dedican al cuidado.
“El promedio de personas que conviven con el paciente osciló en nuestro estudio entre 4-6 personas. No obstante, estadísticas de 18 países desarrollados muestran un incremento en el número de personas adultos mayores que viven solas”, acotó.
Para el entrevistado, el cuidado de una persona con demencia está asociado a una desventaja económica. “Una alta proporción de nuestros cuidadores tienen que abandonar su trabajo por cuidar a su familiar o pagar a un cuidador informal. Muchos cuidadores necesitan un apoyo económico adicional del resto de las familias o del Estado”.
Del mismo modo, acotó, las principales manifestaciones psicológicas observadas en los cuidadores son la depresión y la ansiedad que se manifiesta en una tercera parte de los afectados, lo cual coincide con los síntomas más frecuentemente descritos. Debe tenerse en cuenta que la demencia se asocia a un riesgo tres veces mayor de depresión en el cuidador, al igual que la presencia de síntomas psicológicos y conductuales en las personas que padecen la enfermedad. Los valores estrés y sobrecarga del cuidador son elevados, como los que se observan en Norteamérica y Europa.
Sobre la información más solicitada por el cuidador, el estudio señala que las principales inquietudes están dirigidas a la necesidad de conocer mejor la enfermedad, los “servicios de ayuda” que existen, manejar mejor las Actividades de la Vida Diaria (AVD) de su familiar, afrontar las situaciones estresantes, participar en “grupos de ayuda” y de orientación a los cuidadores y a los aspectos legales y financieros.
Las demencias y en particular el Alzheimer, de cara al acelerado envejecimiento que vive Cuba hoy, son más que un desafío no solo en la agenda de la salud pública, sino para los sistemas de asistencia social. Estimados del Centro de Estudios de Alzheimer calculan que unas 130 mil personas padecen esta enfermedad hoy en el país, el 1,3% de la población, y alertan además que este número se incrementará a 273.000 en 2030 y 441.000 en 2050, si no se logra alcanzar una cura efectiva para este padecimiento.
Dinámica familiar, ¿crisis?
Numerosos estudios sobre esta temática han demostrado que el cuidado en su propio hogar mejora la calidad de vida de la persona limitada respecto a la institucionalización, reduciendo de una manera sensible los costes para los servicios públicos sociales y sanitarios.
En su artículo La Familia conviviendo con su familiar dependiente, publicado en el sitio de la Sección Cubana de Alzheimer (SCUAL) de la Sociedad de Neurociencias de Cuba, el máster en ciencias y profesor auxiliar de la Facultad Finlay-Albarrán, Félix E. Martínez Cepero, subraya que la situación de dependencia y pérdida de autonomía que sobreviene por el envejecimiento progresivo, por la enfermedad o por un accidente en la persona mayor, es lo que provoca en la mayoría de las ocasiones un cambio de situación y la necesidad de que esta cuente con personas que la atiendan.
“En todos los casos se produce un momento de crisis en la familia que asume los cuidados y de adaptación a la nueva situación que resulta más compleja en la medida que haya sido inesperado o existieran problemas anteriores no resueltos. La familia asegura un cuidado de calidad al anciano y las funciones suelen ser asumidas por una sola persona (la o el cuidador principal), con ayudas ocasionales de los restantes miembros de la familia. Este hecho a pesar de parecer injusto es altamente funcional, siempre que el papel sea aceptado por la persona que lo asume y tenga tiempo de respiro”, señala.
Sin embargo, dice, todo no suele ser tan fácil y comienzan a aparecer serias dificultades dentro de la familia en su mayoría relacionadas con la actividad de cuidar. Entre estas, el investigador menciona los cambios en las funciones de cada uno de los miembros, ya que estas se alteran al tener que asumir otras nuevas para que alguien (la persona cuidadora principal) se ocupe de la persona dependiente; o se invierten los papeles por causa de la dependencia. Por ejemplo, hijos que asumen nuevas funciones, cónyuges que se quedan periféricos, la hija que hace de madre de su propia madre al cuidarla, etc.
Asimismo, los cambios de relación entre el/la cuidador/a familiar y el resto de la familia. “Es normal que la relación entre el/la cuidadora principal y el anciano sea una relación estrecha, lo que puede producir reacciones en personas que con anterioridad a la situación tenían una relación estrecha con uno de los dos. Por ejemplo: un hijo conviviente puede sentirse abandonado, celoso, así se puede sentir también el esposo que siente que no tiene la atención como antes de su esposa”, subraya el documento.
Una de las tensiones fundamentales que generan los cuidados viene dada, de acuerdo con el texto, porque el cuidador principal no tiene tiempo de respiro y hay rigidez para que otros asuman sus funciones eventualmente. Asimismo, la dificultad que tiene el propio cuidador, que siente que es su obligación y que nadie lo puede hacer como él, y el resto de los miembros de la familia, que les interesa mantener esta situación, o bien se sienten excluidos o inseguros de realizar bien estas funciones al hacerlo de forma ocasional.
El autor subraya además el aislamiento social como otro de los cambios que sufre la familia. “Se ha hablado del aislamiento que se produce en la cuidadora pero en ocasiones este mismo efecto se produce en la familia que ya tiene menos tiempo para hacer visitas a los amigos o menos capacidad de movilidad, porque el anciano ya no puede salir fácilmente del domicilio, las comidas familiares ya no son lo que eran, etc. En este momento, justamente, el apoyo social (emocional, de información e instrumental) es más necesario”, apunta.
Por otra parte, el cuidador no se permite la expresión de sentimientos contradictorios, culpa, resentimiento, impotencia… porque se juzga incompatible con la situación del anciano y la obligación de la familia de cuidarlo. “Es el abuelo, pero nos está fastidiando la vida”. “Ya las cosas no son como antes”. Las señales más comunes de estrés en la persona que provee cuidados incluyen lo siguiente:
• Sentirse triste o temperamental sensible.
• Llorar con más frecuencia de lo que solía hacerlo ante otras circunstancias.
• Tener un nivel de energía bajo que le impide reaccionar
• Sentir que no tiene nada de tiempo para sí mismo o sí misma
• Tener dificultad para dormir, o no querer levantarse de la cama en la mañana
• Tener dificultad para comer o comer aquellas cosas que eran de su preferencia.
• Ver o reunirse con amigos y parientes con menos frecuencia de lo que solía hacerlo anteriormente.
• Perder interés por sus aficiones o por las cosas que solía hacer con sus amigos o su familia.
• Tener rabia contra la persona que está cuidando o contra otras personas o situaciones.
Ante tales dificultades, el autor explica que ya sea con la ayuda de un profesional, el cuidador y los familiares deben aprender a vivir con la incapacidad, el dolor, ver la pérdida de capacidades de la persona mayor, lo cual lógicamente necesita de tiempo para asumirse como tal.
Es necesario comenzar a reorganizar la vida familiar para la nueva situación, teniendo en cuenta el tiempo que puede mantenerse la misma; y aprender a convivir con el sistema sanitario primario y especializado, pues de manera más sistemática interactúa con médicos, enfermeras, etc. Normalmente, la persona mayor requiere de atención sanitaria con mayor frecuencia, lo que supone un mayor uso de recursos en los que quizás no nos hemos manejado anteriormente. Por tanto, es un nuevo elemento de adaptación. Conocer al médico y enfermera, las formas de acceder a ellos, qué hacer en caso de urgencias.
Entre las recomendaciones que pueden servir para ayudar a las familias y los cuidadores, el autor señala la importancia de airear los sentimientos, normalizar lo que sentimos y las propias contradicciones. Del mismo modo, revisar las estrategias de la familia con relación a la situación, hacer reuniones familiares para la toma de decisiones de cuestiones importantes, hacer partícipes a todos los miembros de las mismas y negociar sobre la organización o el tipo de colaboración de cada uno.
Crear un sistema de respiro del cuidador/a principal con apoyo familiar (de la familia extensa), ayudas institucionales y voluntariado (para cuestiones concretas); mantener en lo posible el contacto social y la diversificación de la asunción de los roles, son elementos fundamentales.
“Seremos viejos cuidando viejos”, es una frase popular que se escucha, aludiendo al creciente número de adultos mayores. Y popular al fin, llena también de sabiduría.
La entrega al cuidado de un familiar dependiente no puede significar abandono a la protección del cuidador; más si en la mayoría de los hogares cubanos el encargado de ofrecer estos cuidados al anciano es también una persona que ya pasó la curva de los 60 años de vida.
Los especialistas señalan que el cuidador en sus ansias de auxiliar, olvida o ignora la necesidad de un equilibrio del cuidado para su familiar y para sí mismo muchas veces.
El mundo se hace viejo. Es la primera vez en la historia de la humanidad en que un gran número de personas llegan a la ancianidad. Los cuidados, su diseño, marco normativo, legal e institucional, así como sus vínculos con la lucha por la igualdad de género, la valoración del trabajo no remunerado y la comprensión de la necesidad de un enfoque intersectorial y de corresponsabilidad social en el conjunto de intervenciones públicas en este campo, son más que retos, necesidad urgente que debe ser contemplada e incluida en las agendas públicas de los Estados.
En Cuba también se impone la urgente búsqueda de soluciones multisectoriales e integradas que permitan sistemas nacionales de cuidados participativos.
Las tareas del cuidado en nuestro país siguen siendo percibidas como una extensión del trabajo doméstico no remunerado; en tanto el incremento progresivo en la cantidad de adultos mayores requiere además de políticas de protección de las personas durante todas las etapas del ciclo vital que garanticen una vejez digna a toda la población sin comprometer el desarrollo del capital humano de las y los cuidadores.
Porque a ello se suma que la convivencia de tres o más generaciones en una significativa proporción de los hogares de la isla, de cara al análisis de las necesidades de cuidado de las y los adultos mayores, obliga a repensar las políticas sociales desde un enfoque de curso de vida. Las necesidades de cuidado de distintos grupos de edad en los hogares es entonces un terreno donde coexisten y en muchos casos compiten entre sí derechos y prioridades de atención; a veces un nieto para muchos abuelos, se diría.
De lo que se trata es de que se nos cuide, con amor.
Fuente: Cuba Contemporanea