Buenos Aires (Argentina), 21 de marzo de 2016. Isabel y Luis se conocieron un domingo bailando tango en la Torre 1. Él tiene 74 años, es platense. Ella algunos menos, y vino de Venezuela. La primera vez que se vieron, ella no sabía bailar porque era su primera clase. “No importa, este tango lo caminamos”, le dijo él y al poco tiempo ya se habían pasado el celular. Isabel y Luis están convencidos de lo mismo: no importa la edad que tengan, la vida es para divertirse. Por eso van a bailar a uno de los casi cuarenta lugares que hay en la ciudad para pasarla bien entre grandes.
“El trabajo, los hijos y la vida cotidiana, a veces hacen que nos olvidemos de lo que nos hace bien. Por eso, ahora, nos toca disfrutar”, asegura Luis y dice que además de participar de las clases a la gorra que hay en la Torre 1, también va a lo de Raúl, un bodegón en 23 y 44 donde los martes hay noche de tango, y los domingos pasan rock y cumbia. “El tango habla de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que vamos a ser”, agrega y por eso lo elige entre las cosas que más le gusta hacer al estar jubilado.
No son los únicos que creen que la vida es fiesta hasta que Dios diga basta
Desde el 2008, con la ley 26970, todas las mujeres de 60 años y los varones de 65 se pueden jubilar, pero no significa que la vida activa se termine. Todo lo contrario.
Virginia Vigueras es docente y la Asesora en Psicogerontología del Programa de Educación Permanente de Adultos Mayores-PEPAM. En Psiconet, la revista de psicología que ella misma dirige, dice que el envejecimiento no es una novedad. “Siempre se nació, creció, envejeció y murió; pero es cierto también que nunca como ahora eran tantos los que envejecían y tantos más los años que se viven”. En este último tiempo, la esperanza de vida fue creciendo, y con ella, una nueva manera de encontrarse con los adultos mayores.
Tiempo atrás eso era impensado. En 1961 dos investigadores llamados Elaine Cumming y William Henry plantearon una teoría sobre el envejecer: a los adultos mayores había que aislarlos. Cuando una persona empezaba a ser más grande, había que ir desvinculándola de sus afectos y de la sociedad. Como ya no eran sujetos laboralmente activos, dejaban de ser jóvenes y por lo tanto, ya no eran útiles para el sistema en el que vivían.
“Decimos que envejecer es una necesidad de la vida pero que se puede envejecer bien o mal y si estamos hablando de que el envejecimiento se ha alargado ocupando casi la tercera parte de la vida, debemos conocer y hacer para lograr que ese envejecer, además de los años, tenga una buena calidad de vida”, sostiene Vigueras.
Muchos niños que llegan al mundo en estos tiempos conocen a sus bisabuelos, algo inconcebible en nuestro país a comienzos del siglo pasado, cuando las personas vivían, en promedio, 40 años. Las mejoras en la calidad de vida y los avances en la salud pública abonaron el terreno para que hoy el promedio se ubique en los casi 76.
Según la Organización Panamericana de la Salud, se espera que para 2020 haya 200 millones de personas mayores de 60 años en toda América. El 50% de los latinoamericanos y caribeños vivirá durante el siglo XXI hasta pasar los 80. Y se proyecta un aumento adicional de la esperanza de vida de 6,5 años hasta 2050.
El taller: la excusa para hacer amigos
A medida que pasan los años, los hijos se van de la casa y las rutinas cambian. Mucha gente no sabe qué hacer con su tiempo libre y, a veces, esto se convierte en una etapa difícil de atravesar porque no encuentran un espacio para hacer algo interesante, y porque hacerse grande está cargado de prejuicios, que muchas veces tienen origen en la teoría de los investigadores de 1961. Para los especialistas como Vigueras, es necesario volver a armar un proyecto de vida que tenga en cuenta las motivaciones, la salud, las emociones, y también a la gente que los rodea: las redes de apoyo.
Por eso, en los últimos años se armó un circuito de espacios dedicados a los adultos mayores. Se están dejando de lado esos prejuicios que los convertían en personas que ya no podían hacer nada, para considerarlos sujetos activos y con ganas para aprender, enseñar o compartir. Entonces, para muchos el tiempo libre deja de ser una preocupación, y pasan a ocuparlo de inmediato: durante muchos años esperaron tener un poquito más de tiempo para divertirse y encontrarse con otros.
Frases como “siempre quise hacer un taller de poesía”, “ahora que tengo tiempo, puedo hacer lo que realmente me gusta”, o “toda la vida quise hacer esculturas”, se escuchan a diario en los pasillos del Pepam. El Programa de Educación Permanente para Adultos Mayores de la Facultad de Humanidades es una de las propuestas que depende de la Universidad de La Plata y que tiene más de veinte años ofreciendo hasta 90 talleres para mayores de 55 años.
“No es un espacio al que sólo van los jubilados, ni tampoco es una condición haber sido profesional, cualquier persona que tenga más de 55 años puede cursar los talleres que más le gusten”, dice Roberto Iuliano, su director.
En el Pepam se puede analizar el cine de Fellini, debatir sobre la historia que cuentan las letras de los tangos, ejercitar la memoria jugando, hacer gimnasia o aprender a manejar el Photoshop. Hay cursos cuatrimestrales y de verano, y ofertas en la sede central y en instituciones descentralizadas en todo el Gran La Plata, con cerca de mil alumnos por año.
“Algunas teorías dicen que las personas grandes son una especie de ‘fósiles vivientes’, personas con las que ya no se puede dialogar, que no son interesantes, ni se les puede interpelar. Y hay otra tendencia que sostiene que son una suerte de ‘superhombres’. Nosotros discutimos con las dos maneras de verlos; creemos que los adultos son sujetos con los que se pueden construir herramientas para que estén más empoderados, y al mismo tiempo ellos mismos pueden generar espacios para intercambiar saberes y experiencias”, agrega Iuliano.
Cuando Mirta llegó a la ciudad, venía de Bahía Blanca y era una docente recién jubilada. En La Plata vivían sus hijos, y se mudó porque quería pasar más tiempo cerca de sus cuatro nietos. Pero, como pasa en todas las mudanzas, se dio cuenta que conocía a poca gente con la que salir a tomar un café, al cine o a divertirse. En los talleres de Memoria, Teatro y Gimnasia del Pepam conoció a los que serían sus nuevos amigos.
“Los talleres no pretenden dar acreditaciones, buscan que los adultos se encuentren con un espacio agradable para construir lazos, hacer amigos, conocerse u organizar viajes y visitas a instituciones de la ciudad”, dice su director. También se fomenta la autoorganización: hay una comisión de alumnos y hasta una revista con publicaciones propias. “El espacio es como la Universidad, que está gobernada por las personas que participan de ella. El Pepam es de ellos”, agrega Iuliano.
Nunca es tarde para viajar
Con el paso del tiempo y los talleres, Mirta conoció mucha gente. Algunos eran de Los Hornos y le contaron que había un club, Capital Chica, donde también se reunían adultos mayores. A partir de ese momento se sumó a Raíces, un grupo de jubilados que planean viajes.
Mirta ya se fue a Cuba, conoció Costa Rica y algunas provincias del interior de Argentina. Cada viaje lo arman según la cantidad de gente que se suma y las ganas de cada uno. Ahora están preparando una salida para marzo y otra para mayo: primero van a irse a Villa Carlos Paz, en Córdoba, y más adelante a República Dominicana.
Si el plan es viajar cerca de la ciudad, ellos mismos planean todo: contratan el colectivo, reservan los hoteles y se hacen cargo de la comida o las excursiones. Pero para los viajes más largos, prefieren las agencias de turismo. En la ciudad hay varias especializadas en vender paquetes para grupos. “Viajes mayoristas”, los llaman, y muchas veces convienen porque hay descuentos, tarifas especiales y algún que otro regalo.
Para Mirta el club es mucho más que un grupo de viajes: “Hoy estuve toda la tarde jugando al Burako, al tejo, y después nos juntamos a planear el viaje a Córdoba”, cuenta. “Muchas de las cosas que hago, las arranqué para conocer gente y otras para fortalecer la memoria, como con el inglés. Por eso voy a la Escuela de Lenguas hace más de cinco años y también hago natación”, enumera.
“Hay circuitos que se van retroalimentando”, dice Iuliano y agrega: “Muchos empiezan a ir al Pepam, y se encuentran en la Torre a bailar tango o se arman un grupo con el que después hacen otras actividades”. Lo interesante sucede cuando esos circuitos no son sólo de adultos, sino que se encuentran con gente más joven. “Desde que el Programa abrió una sede en la nueva Facultad de Humanidades, los adultos pueden cursar al lado de los ingresantes a primer año de alguna carrera de grado. Y todos se llevan grandes sorpresas”, sostiene el director.
En el PEPAM se fomenta la Educación permanente, y Vigueras sostiene que se trata enseñar para la salud, a través de actividades. “Es necesario contar con espacios para la creación, el aprendizaje, la recreación, el desarrollo personal o la reflexión, sin límites ni plazos. Estos Programas de Educación Permanente dan por tierra con uno de los prejuicios más difundidos, que dice que durante el envejecimiento se pierde la capacidad de aprender. Está demostrado que se aprende a lo largo de toda la vida”.
A Elena le gusta aprender cultura general en la facultad. Cuando comparte charlas con chicas de 20, dice, se siente joven. No le interesa recibirse, pero por las dudas, mantiene todas las materias de su licenciatura al día, y no debe ningún final. “Las cursadas me abren la cabeza”, dice y sonríe. A los 57, y después de que sus hijas se fueran de la casa, eligió volver al aula con chicos de 18 que recién llegan de los pueblos del interior.
Elena empezó a trabajar de muy chica y cuando cumplió 50 ya era una profesora que podía hacer con su tiempo libre lo que quisiera. Se anotó en cuanto curso encontró. Estudió organización de Eventos, Asesoría de imagen y también empezó a bailar tango, aunque le gustaría sacarse las ganas con el folclore.
Tiempo de disfrutar de todo el verano
“Hoy la calidad de vida está más al día”, dice Eduardo Chávez, el director del Consejo Municipal para la Tercera Edad. Este año quieren ampliar la oferta de talleres gratuitos. “Buscamos potenciar las facilidades para los adultos mayores. Queremos que encuentren un espacio donde los podamos proteger”, sostiene.
Durante el verano, el Consejo Municipal ofrece una Colonia de Vacaciones gratuita en el camping de ATE de Punta Lara. Hasta el 26 de febrero los jubilados pudieron tomar la combi en Plaza Moreno que los lleva hasta el predio. Funcionaba todos los días excepto por los lunes, y había gente de edades variadas, desde los 60 años en el caso de las mujeres, y los 65 para los varones hasta mayores de 80.
“Hay una mujer 88 que va todos los días a la colonia”, dice Eduardo. “Si un día les propongo quedarse hasta las 9 de la noche, en vez de terminar la colonia a las 6, estoy seguro de que todos querrían”. Los jubilados hacen torneos de tejo, gimnasia, y bailan muchísimo: salsa, tango, chamamé, lo que les propongan. Ellos se mueven, buscan actividades y lo disfrutan. La vida continúa. Y a todo ritmo.
Fuente: El Día