Quito (Ecuador), 18 de abril de 2016. Por Anna Chaparro-BSP Asistencia. El significado del envejecimiento cambia y se complica de acuerdo con las variables culturales, sociales, económicas, políticas, biológicas, psicológicas. Estos factores influyen en el concepto y la reflexión de lo que representa ser un anciano. Al mirar la historia, los viejos han vivido una dualidad entre lo bueno y lo malo. Según el Nuevo Testamento, el pueblo hebreo los consideraba un sinónimo de sabiduría.
Envejecer no ha recibido la misma consideración a lo largo de nuestra historia, cada época ha marcado un antes y un después en la forma de asumir el envejecimiento. En nuestra sociedad occidental se han producido grandes cambios y la percepción sobre el envejecimiento ha variado según cada época. Existen numerosas variables de tipo cultural, social, económico, político, biológico, psicológico e institucional que influyen en el concepto y en la consideración de lo que supone ser anciano, y que puede otorgar una valoración más o menos positiva.
A continuación pretendo explicar cómo la vejez puede vivirse de distintas maneras según los valores que imperan en cada sociedad y cómo ser anciano ha ido variando con el paso de la historia. Por eso es necesario analizarlo desde la prehistoria, pasando por períodos como el egipcio, la sociedad helénica, incluso el Medioevo y el Renacimiento hasta llegar al Mundo Moderno y Contemporáneo. Durante todas estas etapas hay que tener en cuenta factores que son de gran relevancia para entender el valor que cada sociedad le otorga al anciano: disponibilidad de recursos en la sociedad; capacidad de transmisión de conocimiento; adaptación respecto al cambio social; proporción de individuos que conforman el grupo.
A lo largo de la historia, tampoco ha sido lo mismo envejecer para hombres que para mujeres, y hago alguna mención de ello, sin olvidar que apenas existen referencias acerca de la mujer anciana a lo largo de la historia en las distintas civilizaciones. La mujer, y en especial la anciana, ha sido excluida y relegada a un segundo plano, asumiendo básicamente un papel destacado en el ámbito doméstico y familiar.
Durante la prehistoria, el hombre tenía como principal objetivo la supervivencia, que se expresaba de manera más segura en una convivencia gregaria. En sociedades primitivas la forma de convivencia era la tribu. Estas sociedades antiguas debían organizarse para sobrevivir, y su sistema productivo estaba basado en una economía de subsistencia básica dirigida a la recolección y a la caza. La caza pertenecía a los hombres, mientras que la recolección era cosa de las mujeres, aunque recientes estudios han descubierto que la mujer también cazaba, pescaba y hacía muchas otras cosas, hasta hace poco obviadas. Durante esta época las condiciones de vida eran precarias, había enfermedades, luchas tribales, etc. La adaptación al medio era complicada y, en pocas palabras, no existía vejez, puesto que la esperanza de vida era muy corta. A quienes habían llegado a los 30 años se los relacionaba con algún evento divino y sobrenatural. Eran consideradas personas de gran sabiduría, transmisoras de conocimiento, esencial para la supervivencia del grupo. A los ‘afortunados’ que habían sobrevivido a la dureza de la prehistoria se les asignaba funciones concretas, solían ser chamanes y brujos, y acostumbraban a ocupar los lugares más altos en la jerarquía social, y eran referentes para los más jóvenes. Se desprende que en esta época, el ser viejo gozaba de una consideración de prestigio y gran poder e influencia. Se sabe que el papel de la mujer fue fundamental para la supervivencia y la continuidad de la especie, así que mientras los hombres de mayor edad gozaban de prestigio y poder, lo mismo ocurría con las mujeres de mayor edad, que poseían una gran influencia en la sociedad primitiva, por ser transmisoras de su sabiduría y experiencia. El hombre prehistórico no hubiera sobrevivido sin la mujer, y viceversa.
Podemos encontrar más similitudes de lo que supone ser viejo hoy en día, si dejamos la prehistoria y nos remontamos al tiempo de los egipcios, donde se pueden encontrar los primeros textos que hacen referencia a la vejez, describiéndola como un período de debilidad con el paso de los años, la disminución de la capacidad visual y auditiva, y el progresivo deterioro de las capacidades cognitivas y físicas en general. Pese a esto, el papel de la persona de avanzada edad, seguía gozando de un gran prestigio social, y representaba la sabiduría y el ejemplo de los más jóvenes. Por lo tanto, la consideración del anciano sigue siendo positiva como en el anterior período. En cuanto a la mujer, se sabe que esta cumplía un rol diferenciado dentro de la sociedad egipcia y que no gozaba del mismo estatus que el hombre, pero sí que se consideraba un complemento. Existen referencias a la mujer en la literatura egipcia que la describen como frívola, caprichosa y poco fiable, a pesar de esto, si el concepto de ser viejo asociaba una connotación positiva y la mujer era vista como parte de todo ello, se puede pensar que ocupaban una buena posición en la sociedad.
La vejez como un castigo
En la Grecia antigua se sentaron las bases de nuestra sociedad Occidental, y es aquí donde se empieza a deteriorar el concepto de vejez, aunque podemos encontrar distintas valoraciones. Los griegos fueron los grandes impulsores de la perfección, del culto al cuerpo y la belleza, el giro del mito al logo y la visión naturalista; la vejez y la muerte, por lo tanto, empiezan a ser temidas y son consideradas un castigo que impone la vida. Con esta percepción del mundo, y la importancia de la juventud y la perfección, no es difícil imaginar lo que suponía ser anciano, cuando el poder de decisión era cosa de la juventud. Pese a esto las leyes de Atenas dejaban bien claro la importancia del respeto a los padres. Durante el período del Rey Solon, se creó una institución aristocrática de ancianos, con poder de decisión, pero al llegar los demócratas, estos perdieron todas sus facultades políticas y judiciales. Pese a esto, seguía existiendo un concepto positivo del anciano como transmisor de sabiduría. Esparta tuvo Senado, compuesto por 28 miembros de más de 60 años, a quienes se respetaba y admiraba por su sabiduría. Durante el período Helenístico, los ancianos tuvieron más oportunidades al tratarse de una sociedad más abierta y que daba menor importancia a la edad. El papel de la mujer en esta época fue claramente más marcado como cuidadora doméstica de niños, ancianos y enfermos, y quedaban excluidas de cualquier participación en la vida pública. No gozaba de demasiado prestigio y poder, tomando solo parte importante en la vida doméstica, al cuidado de los demás.
Los hebreos también nos legaron, a través del Nuevo Testamento, una visión en la que los ancianos asumieron un papel fundamental, dirigiendo al pueblo hebreo y constituyendo un Consejo de ancianos con gran poder de decisión en cuestiones religiosas y jurídicas. Luego, tras la institucionalización política, el Consejo de ancianos quedó en un segundo plano, al convertirse meramente en consejeros y portadores de sabiduría y experiencia, pero sin poder de decisión. Durante esta etapa, el ser viejo sufre distintos posicionamientos en función de los acontecimientos sociopolíticos; existe un período de connotación positiva y luego negativa con la pérdida de poder y autoridad. Seguiría cayendo sobre las mujer el peso del cuidado de los ancianos y de la familia.
El poder en manos de los ancianos
Llegados a Roma, encontramos por un lado una visión positiva del anciano; la sociedad romana le otorgó una gran autoridad, especialmente en el papel que cumplía dentro de la familia y como responsable de los esclavos, pero por otro lado también se produjeron sucesos por los cuales el anciano sufrió un desprestigio. Dado su poder en la toma de decisiones, fue visto como una autoridad amenazante, incluso en ocasiones odiada y temida. Durante la República se delegó el poder político a los hombres de avanzada edad, pero en el siglo I a.C. los valores predominantes en la sociedad romana sufrieron un cambio y los ancianos que habían gozado de tanto poder de decisión, dentro y fuera de la familia, sufrieron un declive y fueron menospreciados. Aunque no fue un sentimiento extendido en su conjunto, puesto que la sociedad romana se caracterizaba por la tolerancia, el poder de adaptación social y porque juzgaban a la persona individual y no al colectivo.
Durante los primeros años del cristianismo los ancianos continuaron gozando de cierto poder y respeto, pero en el s. V otro cambio afectaría a la visión que se tenía sobre la vejez, y los ancianos entran en declive y la vejez empieza a verse de nuevo de manera negativa y pasa a formar parte de una etapa de la vida que la sociedad rechaza. El cristianismo no otorga un buen papel al anciano, pero en cambio logra transmitir una gran preocupación por su cuidado. Sin embargo, la mujer vieja y además sola, era rechazada socialmente.
En la Edad Media el papel del anciano no mejoró ya que se trataba de una sociedad que le otorgaba gran importancia a la fuerza física, y de ello se desprende que el anciano no ocupara nunca una buena posición ni prestigio. El anciano es básicamente considerado un débil, y por lo tanto la Iglesia lo posicionó entre los enfermos y desvalidos. Por otro lado, las personas de avanzada edad tenían la posibilidad de formar parte del colectivo eclesiástico, y retirarse en un monasterio, ajenos a la brutalidad de la época. Este período se caracteriza también por la protección de la familia a sus ancianos, que aseguraba su supervivencia. Existía una marcada diferencia social entre la persona mayor de la clase campesina y el anciano noble protegido en el castillo o bien en el monasterio si se lo podía costear.
Los años posteriores la aparición de la peste bubónica, aunque parezca inverosímil, favorecieron al anciano, dado que aunque la peste afectó a todo el mundo, fue especialmente terrible para los niños y adultos jóvenes. Hubo una disminución considerable de la población, pero en cambio esto contribuyó al aumento del envejecimiento de la población, y los ancianos se convirtieron de nuevo en cabezas de familia, tras faltar sus hijos y, por consiguiente, volvieron a ganar estatus social, político y económico. Se encuentra en este período, una gran diferencia entre hombre anciano y mujer anciana, podemos hallar un ejemplo en la obra del historiador francés Le Roy Ladurie, Montaillou, una aldea occitana: “Por un lado, los ancianos de esta comunidad no tienen una buena situación. El jefe de la casa familiar es el hijo y el trato que de él reciben sus ancianos padres es bastante tiránico y éstos no osan realizar cosa alguna sin consultarle. Por otro lado, la vejez de las mujeres no es igual a la de los hombres. La mujer montailonesa, oprimida como joven esposa, luego amada por sus hijos al llegar a la vejez y respetada como matriarca” (Le Roy Ladurie, 1975).
El peor momento
El Renacimiento puede considerarse la peor etapa para la vejez, debido a que Europa Occidental se sintió atraída por el legado que nos dejó la Grecia Antigua, y esa influencia quedaba de patente en el arte y en las letras, en los que los valores que imperaban eran la juventud, la belleza y la perfección, y por contra, el rechazo a la fealdad, la imperfección y naturalmente a la vejez. A todo esto hay que añadir una recuperación de la población tras la peste, y la juventud vuelve a relegar a un último plano, al viejo. Unido a este fenómeno, por primera vez surge la imprenta y la memoria oral, perteneciente a los mayores, deja de ser imprescindible. La mujer vieja será representada en el arte de la época con exageradas expresiones de fealdad y arrugas.
El Mundo Moderno, por otro lado, trajo la transformación del poder político donde fue delegado al pueblo. Surge el funcionariado y lo que conocemos hoy en día como la jubilación. El trabajo pasa a ser la característica más valorada entre la sociedad, y el Estado pasa a ser el responsable de compensar los servicios prestados a la sociedad. Es entonces cuando el cuidado de los ancianos, que hasta entonces correspondía exclusivamente a la familia, pasa también a ser responsabilidad de los poderes públicos.
Llegados ya al Mundo Contemporáneo, donde el mayor valor pasa a ser el conocimiento moderno y por lo tanto la experiencia y sabiduría de tiempos pasados sufre una gran transformación, y el anciano ya no se adapta, es incapaz de aprender y progresar, y el concepto de vejez sufre, por consiguiente, una connotación negativa, además del gran valor que se le otorga a la apariencia física y estética. A todo esto se le añade que debido al desarrollo de la ciencias y entre ellas la médica, la esperanza de vida se alarga en las sociedades y el número de ancianos crece. Esto conlleva a una mayor necesidad de asistencia médica, que a su vez conduce a un empobrecimiento del Estado de bienestar. Este fenómeno es progresivamente agravado por la disminución de la natalidad, la liberación femenina, su incorporación masiva al mercado laboral, y el control de su sexualidad a través de la píldora anticonceptiva. La sexualidad deja de verse exclusivamente como un fin para procrear. La familia sufre grandes transformaciones en su estructura y desaparece la familia extendida para convertirse en la familia nuclear, y el anciano se transforma en un ser desprotegido. Empieza a producirse el fenómeno de la soledad entre las personas mayores, especialmente los que viven en zonas urbanas.
Hoy la población está envejeciendo rápidamente y este fenómeno solo lo frena la natalidad y la inmigración. La familia nuclear se encuentra con grandes dificultades, a la hora de cuidar a sus ancianos y con la incorporación de la mujer al trabajo, la familia no puede dar respuesta a esta situación. Se hace necesaria la creación de un sistema complejo, denominado Servicios Sociales y Residencias, que actúan para substituir a lo que tradicionalmente, era exclusivamente responsabilidad de la familia, pero especialmente de las mujeres. Tal y como se ha visto desde tiempos remotos, el cuidado de los ancianos supone una gran preocupación, y un enorme gasto a los Estados.
Envejecer tiene varias concepciones
El aumento de la población anciana es una preocupación en la mayoría de las sociedades. En China, India, Japón, Corea, Irán, Irak, Israel, y en casi todos los países del continente asiático, existe un enorme respeto a los ancianos. En India existe un gran porcentaje de personas mayores en las zonas rurales que realizan actividades agrícolas y reciben todas las admiraciones y respeto por parte de los familiares. En Japón existe una gran preocupación en integrarles en la vida laboral, creando Agencias de empleo para jubilados y Centros educativos para niños y mayores de manera simultánea.
En Brasil, México, Ecuador, Paraguay, Bolivia y otros países de América Latina con tradición artístico-cultural, el anciano artesano desarrollo su actividad y creatividad con éxito, hasta que la salud se lo permite, y no hasta que lo retire la sociedad.
En Suiza un estudio realizado muestran como los ancianos viven muy en contacto con su familia, pero en cambio en zonas urbanas el anciano aparecía alejado y con rostro triste y preocupado. En cambio, el mismo estudio realizado en niños asiáticos y latinoamericanos, el abuelo aparecía muy integrado. En Francia se están realizando programas para que los ancianos enseñen oficios a los jóvenes.
En España, en la actualidad, existe uno de los índices más elevados de esperanza de vida. Los ancianos son tratados a menudo como niños y se usa calificativos tales como “chochear” al referirnos a que sus facultades físicas y especialmente mentales, se han visto mermadas. Esto plantea que ese deterioro generalizado ha sido más bien fruto por no usarlo, que por el papel que nuestra sociedad le ha adjudicado. Tendemos a representar al anciano con su bastón haciendo largos paseos para pasar el tiempo, a menudo acompañado de sus nietos o incluso jugando al dominó o a cartas en casales y centros de ancianos en general.
Actualmente se está replanteando esta visión del anciano y se está intentando cambiar su rol, buscando alternativas que no los excluya del conocimiento técnico, por ejemplo asistiendo a Centros de Competencia Internacional de dibujos de las familias.
Todo apunta a que la edad no debe de limitar, la única cosa que puede limitarnos es la enfermedad. Desde una punto de vista económico, el anciano ya no es productivo ni útil, y pasa a ser una carga económica para el sistema.
En otra culturas completamente divergentes a la nuestra, la subsistencia y la necesidad de adaptación al medio ha conllevado a maneras de proceder, completamente inverosímiles para nosotros, como Los chukchis de Siberia, que eran nómadas, cuando sus mayores ya no podían aportar nada los abandonaban en la nieve a petición del propio anciano, suponían una carga para el grupo.
Fuente: El Telégrafo