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San José (Costa Rica), 6 de marzo de 2015. Por Alfonso J. Palacios Echeverria. Leyendo unas declaraciones del Papa Francisco en una audiencia general, al que admiro por su valentía al decir las cosas incomodas que molestan a muchos, he decidido transcribir sus palabras, que espero incomoden a todos aquellos indolentes que, en este país, miran a los viejos como desechos sociales, hasta el punto de la crueldad.

Gracias a los progresos de la medicina, la vida se ha prolongado: ¡pero la sociedad no se ha prolongado a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado suficientemente para hacerles lugar a ellos, con justo respeto y concreta consideración por su fragilidad y su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad, una enfermedad que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos, estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar»

Benedicto XVI, visitando una casa para ancianos, usó palabras claras y proféticas, decía así: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común” (12 de noviembre 2012)

«Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. ¿En una civilización hay atención al anciano? ¿Hay lugar para el anciano? Esta civilización seguirá adelante porque sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos. Una civilización en donde no hay lugar para los ancianos, en la que son descartados porque crean problemas… es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte«.

En occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los viejos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Sin embargo una cierta cultura del provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, una “lastre”. No sólo no producen sino que son una carga. En fin, ¿cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente.

Queremos remover nuestro acrecentado miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados.”

Una de las principales causas para que suceda el abandono, es que la persona adulta mayor ya no posea una vida laboral útil o posea una pensión miserable, como las que se acostumbran en este país, (excepto para políticos y funcionarios judiciales), y comience a generar gastos en la familia. Situación que causa tensión y trasforma el trato de sus hijas e hijos, amistades y parientes cercanos.

Al sufrir una fractura con las personas más cercanas, el anciano tenderá a replegarse o desplazarse a un rincón de la casa. Reduciendo aún más su núcleo social y la interacción con los demás, provocando cuadros depresivos y aislamiento.

Otro caso frecuente ocurre cuando la familia se apodera de los bienes materiales de la o el adulto mayor, aprovechando su fragilidad, falta de memoria o dependencia. El abandono cobra sentido cuando al dueño original se le ignora, o se le agrede (física o verbalmente) y en ocasiones se le desplaza de la familia llevándolo a asilos o albergues en contra de su voluntad.

Por consecuencia, las familias pierden a un miembro clave para continuar con el aprendizaje y la sabiduría por experiencia. Socialmente este comportamiento denota una pérdida de identidad y fomenta la extinción de la trasmisión cultural, de generación en generación, benéfica para el núcleo familiar y su identidad.

Desde años anteriores se ha presentado de forma recurrente el abandono a nuestros ancianos lo cual ha conllevado a que en la actualidad, las personas de la tercera edad empiecen a ser desplazados no sólo por parte de sus familias y la sociedad en general.

En estos momentos es dramático observar que día a día en nuestra ciudad se presenta de forma creciente la indigencia en ancianos, esto nos hace preguntarnos. ¿Cuándo volvimos inútiles a los precursores de la sociedad costarricense? ¿En qué momento nos olvidamos de lo importante de nuestros padres y abuelos?, nos olvidamos de su importancia para las futuras generaciones, las cuales al parecer crecerán sin llegar a escuchar las anécdotas, historias y recuentos de épocas inmemorables de nuestra sociedad y de su participación en dichos hechos. Esto nos hace pensar, qué será de nosotros cuando lleguemos a ancianos, quién velara por nuestros cuidados si seremos o no amados o por lo contrario si seremos olvidados y desechados como un artículo viejo que nadie quiere o necesita.

En los años 60 se reconocía el abandono y abuso infantil y en los años 70 el fenómeno del maltrato conyugal salió a la luz pública. De forma más tímida, a lo largo de estos 20 últimos años se comenzó a tratar el tema de “los malos tratos y el abandono en los ancianos”, reconociéndose que ellos también constituyen una población de alto riesgo para recibir este tipo de abusos.

Hoy en día estos casos se consideran un grave problema social, con raíces culturales y psicológicas. No importa el nivel económico ni educativo de quien lo ejerce o lo padece.

Desde que se comenzó a investigar sobre esta clase de abusos han ido cambiando algunos conceptos:

No todos los agresores son personas con problemas patológicos, pueden ser personas con el resto de sus conductas no muy desviadas de la norma.

En contra a lo anterior, si existen algunas investigaciones que indican que los agresores de ancianos pueden presentar psicopatologías más graves que los agresores de otros colectivos. (Finkelkor y Pillemer 1987; Wolf 1986)

Se rechaza ya la creencia de culpar sólo a la persona mayor de su situación de maltrato y/o abandono

Por lo que se están concentrando las acciones en hacer al agresor responsable de sus propias acciones aunque, por el momento, no existan muchos programas dirigidos para aquellos sujetos que hayan maltratado ancianos ni tampoco se hayan desarrollado teorías terapéuticas al respecto.

Hasta ahora para la mayoría de las personas era muy difícil comprender que estos hechos podían darse en la propia familia. Lo asociaban solo a instituciones residenciales.

En los últimos años se ha percibido un aumento de los casos de violencia física y psicológica hacia los colectivos más débiles, entre ellos la población de más de 65 años, sector muy importante en la sociedad actual y que se verá incrementado en los próximos años. Este clima de inseguridad afecta a nuestra calidad de vida y vulnera los derechos fundamentales de las personas, por lo que la sociedad debe poner los medios necesarios al objeto de poder evitar estos abusos.

Los gobiernos deberán reforzar los sistemas oficiales y no oficiales de apoyo y seguridad y eliminar la discriminación y la violencia contra las personas mayores.

La mayoría de las personas reconocen el maltrato financiero, físico y psicológico al verlo. Y hay ocasiones en que los vecinos y familiares se inquietan de que adultos mayores que confían en terceros para sus cuidados sufren abandono. En tales situaciones muchos de nosotros no sabemos muy bien si debemos pedir ayuda policial para salvaguardar a un adulto mayor.

El maltrato y abandono de adultos mayores ha sido denominado un “delito oculto” ocurre frecuentemente detrás de puertas cerradas y nadie se entera. Pero esto levanta interrogantes. Hay cosas que las personas hacen que son muy malas, como humillar a otra persona, pero eso no es delito, ¿o sí? Y, ¿qué tan grave debe ser el abandono antes de que alguien debiera llamar a la policía? ¿Existe un delito denominado “maltrato de ancianos”?

Pero existe un delito “institucional” que es poco comentado: el que comenten las organizaciones públicas como la Caja Costarricense del Seguro Social, al no estimular la construcciones de hospitales geriátricos en las cabeceras de provincia y estimular la especialización de geriatría y gerontología en los nuevos profesionales, sabiendo que la población se esta envejeciendo. Con darnos a los viejos un carnet de Ciudadano de Oro, que sirve de bastante poco, no se soluciona el problema social que implica una sociedad envejecida y, como es natural, objeto de males crónicos y enfermedades propias de la edad adulta.

La edad avanzada no implica pérdida de derechos, ni tampoco infiere que debe haber un trato diferente. Los adultos  mayores son sujetos  activos y con potencial a desarrollar en diversas actividades, deben vivir en condiciones dignas y disfrutar de su autonomía e independencia.

Es una población heterogénea y que envejece en su gran mayoría de forma satisfactoria, y en distintos contextos, demostrando una gran diversidad durante este proceso.

Los Adultos Mayores, en sus diversas condiciones, mantienen relaciones familiares, de amistades, institucionales, que les dan una base de sustento para poder emprender nuevos desafíos y proyectos vitales, emprendimientos que logran con éxito volcando todo su potencial en la realización de los mismos.

El reconocimiento de su experiencia y del trabajo realizado, es considerado como algo positivo e importante para ellos, ya que esto les da la posibilidad de seguir aportando su saber y su acción en cada una de sus comunidades.

Es de real importancia remarcar que los adultos mayores al igual que todos los ciudadanos, mantienen el derecho al disfrute de vivir en contextos donde sean tratados con el mayor de los respetos.

No se puede olvidar, que los adultos mayores son sujetos de pleno derecho, y cualquier tipo de trato inadecuado es una flagrante violación a sus derechos.

El buen trato se define en las relaciones con otro (y/o con el entorno) y se refiere a las interacciones (con ese otro y/o con ese entorno) que promueven un sentimiento mutuo de reconocimiento y valoración. Son formas de relación que generan satisfacción y bienestar entre quienes interactúan. Este tipo de relación además, es una base que favorece el crecimiento y el desarrollo personal.

Las relaciones de buen trato parten de la capacidad de reconocer que “existe un YO y también que existe un OTRO, ambos con necesidades diferentes que se tienen en cuenta y se respetan…

Existen diversas conceptualizaciones sobre trato inadecuado, abuso, maltrato y violencia hacia los adultos mayores, resultando innegable la relación directa entre estas situaciones y la vulneración de los derechos humanos.

Es necesario promocionar y fomentar una cultura de buen trato en la totalidad de la sociedad, impulsando la solidaridad intergeneracional, desarmando los estereotipos negativos y los prejuicios, contribuyendo  a la construcción de una imagen positiva hacia la vejez.

Los medios de comunicación tienen la obligación, y pueden también, considerando el impacto de los mismos en la población, aportar sobre la construcción de una imagen positiva del envejecimiento, sumando desde su espacio el reconocimiento político y social de los adultos mayores.

Las sociedades que bregan por la inclusión y la justicia social deben poner en marcha y reforzar las políticas y prácticas que garanticen los derechos de las personas, independientemente de su condición y edad.

Fuente: El País

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