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Bogotá (Colombia), 13 de octubre de 2015. Por  Javier Darío Restrepo. La presidenta del Banco Mundial exclamó en un raro acto de sinceridad: “¡qué vamos a hacer con tanto viejo en el mundo!

Tenía razón, es hora de que los gobiernos comiencen a buscar respuestas al hecho de que, por ejemplo, en Colombia hay 5,2 millones de mayores de 60 años, que en el 2050 serán 14,1 millones. Los 50 millones de viejos de América Latina y el Caribe de hoy serán 100 millones dentro de diez años.

Las respuestas a esta situación serán necesarias antes de que algún sucesor de Malthus venga a proponerle al mundo, como se hizo con los bebés de la explosión demográfica, que se los elimine para bien de la humanidad. ¿Alguien ha hecho el cálculo de los que dejaron de nacer, víctimas del terror matemático malthusiano?

En una humanidad obsesionada por la elevación de la productividad, el que no produce sobra. Es un concepto pobre, por lo elemental, de la productividad y de lo útil, en el que se descarta todo lo que no sea tangible. Los productos del espíritu y de la experiencia, por tanto, no cuentan, salvo que produzcan. Una obra musical, una obra artística, un producto de la sabiduría contarían si incrementan las ventas, si elevan las cifras de circulación o de sintonía de los medios comerciales.

El viejo, por tanto, deja de ser una carga si produce.

Pero ese objetivo del viejo que produce desaparece cuando los códigos laborales decretan la edad de retiro: que si los 65, los 70, o los 75 años. Son legislaciones que dan por hecho que a esas edades el ser humano deja de ser productivo.

Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contradice ese lugar común. “En Estados Unidos los mayores de 55 años controlarán el 75% del ingreso disponible en 2017”, se lee allí. Más adelante el fenómeno se subraya en Francia: “los mayores de 55 serán responsables de dos terceras partes de todo el aumento del consumo entre 2015 y 2030”.

Cuando los investigadores interpretan estadísticas y estudios llegan a la conclusión de que el envejecimiento poblacional agudizará el hecho de que una parte de la población (la vieja) tendrá que ser sostenida por los jóvenes.

Además de ser un lugar común, es un hecho que se está revirtiendo: los viejos no tienen por qué ser sostenidos por los jóvenes si pueden conservar su salud y si tienen la oportunidad de producir: dos condiciones que, además, aseguran un envejecimiento digno.

Fue todo un símbolo en los juegos olímpicos de la tercera edad en San Diego, un viejo de cien años, Don Pellmann, cuando rompió 5 récords: el de la carrera de 100 metros, el de salto de altura, el de lanzamiento de bala y de disco y el salto de longitud.

Al registrar el hecho, el New York Times anotó y destacó el pasmo de los funcionarios de la competencia.

Es evidente que en una civilización que da por hecho que ser viejo es ser inútil e improductivo, Pellmann es sólo un personaje de los Récord Guinnes. Pero cuando se les da crédito a las posibilidades del viejo, se tiene que concluir que, por la razón que sea, esa cultura de la subestimación del viejo es parte del problema que hoy alarma al mundo.

Decía en una reciente conferencia el médico Bill Thomas que el envejecimiento poblacional debe ser leído como una señal de éxito: “demuestra el bienestar de la sociedad”. En efecto, valorar el envejecimiento es el punto de partida para el aprovechamiento de un recurso de la sociedad que no se está utilizando debidamente. El viejo no necesita compasión ni beneficencia, sino oportunidades de aportarle a la sociedad.

Fuente: El Heraldo

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