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Quito (Ecuador), 5 de marzo de 2016. Por Kléver Paredes. El envejecimiento es una realidad ineludible. Ecuador, a pesar de contar con una población en su mayoría joven frente a lo que representan los adultos mayores (cerca del 8%), no debe darle la espalda a este tema. El camino a seguir se lo mira en países con poblaciones envejecidas, como España, que ha orientado sus esfuerzos a construir una nueva cultura sobre el envejecimiento y la vejez. Un ejemplo de quienes llevan adelante estos procesos es Pilar Rodríguez Rodríguez, presidenta de la Fundación Pilares para la Autonomía Personal. En esta entrevista para el espacio «Palabra Mayor» (del Diario El Telégrafo), plantea los desafíos que significan el envejecimiento poblacional y el horizonte hacia dónde debemos poner rumbo como individuos, familia, sociedad y país.

El envejecimiento poblacional es un fenómeno mundial, muchos lo califican como una revolución demográfica. En países como Ecuador sucede en menor tiempo en relación a Europa. ¿Cuáles son los retos y pasos a seguir para los estados y sociedades?

El incremento constante de la esperanza de vida ha sido un logro de las sociedades modernas que se ha conseguido gracias a los avances sociales en salud, pensiones y condiciones de vida en general. Piénsese que este indicador en Ecuador en 1960 era de 53 años (54,5 para las mujeres y 50 para los varones), habiéndose logrado el gran salto que significa que los varones tuvieran en 2013 una esperanza de vida media al nacer  de 73 años, mientras que las mujeres pueden llegar a vivir 78,5.

Es un fenómeno inédito en la historia de la humanidad, que requiere una adaptación de toda la sociedad en diferentes planos. El fenómeno del envejecimiento no sólo afecta a la ciudadanía, a cada persona en particular, sino a toda la población en su conjunto. En el plano individual, cada uno de nosotros puede hacer mucho para mejorar su calidad de vida durante la vejez, minimizando e incluso evitando que se produzcan enfermedades y situaciones de dependencia: mantener estilos de vida saludables como el ejercicio físico, la dieta equilibrada, junto a mantener y cuidar las relaciones sociales (la familia y las amistades). Son recetas que cada uno debiéramos practicar en nuestra vida privada. Y también contribuye al buen envejecimiento mantener proyectos que nos ayuden a levantarnos cada día con una ilusión, con un porqué. Estos pueden consistir en la ayuda a la familia (cuidado de nietos/as, por ejemplo) o en el desarrollo personal (apuntarse a un curso de educación de adultos), pero también es muy beneficioso comprometerse en actividades de voluntariado en ámbitos que conecten con los intereses personales (culturales, atención social, deportivo, etc.).

Pero las claves del autocuidado deben enseñarse a cada persona a medida que envejece, y hacerse desde los sistemas de salud para lo que se requiere que los profesionales sanitarios adquieran formación en geriatría y gerontología. Es en este sentido en el que me refería a que el fenómeno del envejecimiento también impacta en la sociedad y en los sistemas de protección social. Que la población viva cada vez más años es, sin duda, un logro social, pero también es un desafío que obliga a adaptarnos a la nueva pirámide de la población, en la que el porcentaje de personas mayores (y sobre todo, las muy mayores) va a seguir creciendo de manera intensa.

Uno de los cambios que se recomienda que realicen los sistemas de protección social, en especial el sistema sanitario, es que debe pasar del objetivo de ‘curar’ al  de ‘cuidar’.

Es necesario crear un nuevo paradigma, una mirada positiva sobre el envejecimiento y la vejez que permita entender a las personas adultas mayores como un aporte y no como una carga.

En general, se sigue manteniendo una imagen social negativa de las personas mayores, percibiéndolas como un ‘peso’ creciente que consume gran parte del gasto social y supone un peligro para sostener los sistemas de protección. Pero también, afortunadamente, se van reconociendo las aportaciones que realiza este grupo de población, no sólo por haber participado en la construcción de sus países durante su vida de trabajo activo, sino porque ahora también aportan valor al desarrollo y al incremento de capital social. Lo hacen de muchas maneras, como cuando contribuyen al sostenimiento de la familia cuidando a los nietos y a las personas en situación de dependencia de su familia (cónyuges, hermanos, padres o madres). Pero también participan más en actividades solidarias y altruistas y contribuyen a la riqueza nacional, como cuando trabajan más allá de los 65 años o incluso como consumidores de viajes y ofertas de ocio y cultura.

A la vez que la población envejece sucede que por el incremento de la esperanza de vida también las personas mayores viven más años. ¿Considera urgente trabajar en un nuevo modelo de cuidados de larga duración? El fenómeno del envejecimiento ya mencionado va a originar que la población mayor de 65 años siga incrementándose. Pero es que, además, el grupo que más va a crecer es el de las personas mayores de 80 años, que se va a triplicar en algunos países.

Lógicamente, a mayor edad, más riesgo de necesitar cuidados de larga duración por sus situaciones de enfermedad o dependencia. Es preciso prepararse para afrontar el gran desafío que representa el envejecimiento y ofrecer unos cuidados dignos y de calidad a las personas que los van a necesitar. Las personas adultas mayores prefieren vivir en su casa y en su entorno a vivir en un asilo o residencia. Prefieren ser atendidas por sus familias con el apoyo de los servicios sociosanitarios que precisen. Hacer posible este deseo, que también reduciría costes sociosanitarios porque la atención en el domicilio es más sostenible que en instituciones, sería el horizonte hacia el que caminar. Así lo propone también la comunidad científica.

En este sentido, hay que ofrecer desde los sistemas sanitario y social servicios diversificados y adaptados a cada caso: formación para el autocuidado y favorecer el uso de productos de apoyo y orientaciones para adaptar la vivienda a las necesidades de cada caso. Es muy importante a este respecto reconocer el valor incalculable que tienen los cuidados que la familia dispensa a los adultos mayores en situación de dependencia, pero al tiempo de realizar este reconocimiento social es indispensable que se provean prestaciones y servicios dirigidos a estos cuidadores (que en su mayoría son mujeres) para apoyar su labor y evitar la claudicación de los cuidados familiares.

¿Qué servicios son los adecuados para las personas cuidadoras? Lo primero es que dispongan de una buena formación y asesoramiento personalizado de su caso, para que conozcan las ayudas a las que tienen derecho. Por otra parte, contar con una formación adecuada para saber cuidar bien y aprender a autocuidarse es totalmente recomendable, y si esta formación se realiza en el propio domicilio, es la mejor opción. Pero también se necesitan programas de ‘respiro’ para ofrecer un tiempo de descanso a las familias cuidadoras. Los grupos de ayuda mutua que se realizan en algunos municipios y ONG son muy recomendables.

Algunos Estados insisten en modelos tradicionales de cuidado, que no responden a las nuevas realidades, al carácter heterogéneo de la vejez y las nuevas identidades que buscan quienes están envejeciendo. ¿Es necesario redefinir las políticas, que partan desde los destinatarios y no desde supuestos?

Afortunadamente avanzamos en derechos fundamentales para todos, también para los adultos mayores. Desde este paradigma de los derechos y defensa de la dignidad, es urgente hacer un cambio de modelo, como se recomienda por los expertos y los organismos internacionales, que sea integral y centrado en las personas: se trata del modelo AICP (Atención Integral y Centrada en la Persona). Nuestra Fundación defiende y difunde conocimiento para hacer posible esta nueva forma de atención. Hacemos investigación y publicaciones, disponibles en la web (fundacionpilares.org). Trabajamos en procesos de formación con familias y personas que viven en sus domicilios, como en establecimientos de cuidados.

Promovemos una verdadera transformación de las instituciones y caminar hacia el ‘modelo hogar’, pues desde la AICP se evitan algunos de los efectos negativos que tienen los centros tradicionales: pérdida de control sobre la propia vida, uniformidad en el trato, rigidez en horarios y actividades, generación de procesos depresivos, trato inadecuado, muerte prematura, etc. En España contamos con experiencias de implantación de este modelo en diferentes lugares y los resultados obtenidos en las evaluaciones son muy positivos. Otra línea de trabajo para avanzar en el modelo de atención integral y centrada en la persona (AICP) es la formación de los profesionales de todos los niveles asistenciales: titulados universitarios, auxiliares de cuidados y familiares.

Fuente: El Telégrafo

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