Bogotá (Colombia), 29 de junio de 2014. Por Carlos Fernández, Asesor médico de El Tiempo. “Voy a cumplir 100 años y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros, pero todavía no he visto cambiar nada en este país, decía. Aquí se hacen nuevas constituciones, nuevas leyes, nuevas guerras cada tres meses, pero seguimos en la colonia”. La queja expresada por León XII, tío de Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, sigue vigente en un país que tiene cada vez más viejos para los que, al igual que el naviero garciamarquiano, las cosas no cambian.
Si eso se suma a las cifras del Banco Mundial sobre este tema, el resultado es el aterrizaje forzoso en una realidad demográfica que muchos países se niegan a reconocer. De acuerdo con el organismo, “mientras la población en general crece 1,5 % cada año, los mayores de 65 años lo hacen a un ritmo del 3,5 %”. Esta tendencia convierte a los ancianos, según la misma entidad, en el grupo de mayor crecimiento en América Latina.
En Colombia, el asunto es tan serio que el informe The Challenge of Global Aging referencia que entre el 2010 y el 2036 los mayores de 65 años pasarán de ser el 6 % de la población al 15 %, un saldo que en EE. UU. tardó 69 años y en Francia 115.
Pero estos cambios en la estructura poblacional del país no han sido abruptos. Según la Comisión Económica para América Latina-CEPAL, hasta 1985 esta se identificaba como una pirámide de base ancha en la cual los niños y los preadolescentes tenían un peso significativo. Después se presentó un descenso sostenido de los nacimientos y una considerable reducción del número de niños menores de cinco años, que consolidaron desde el 2005 pirámides con bases muy estrechas. Esto demuestra que el país está envejeciendo a un ritmo acelerado.
El resultado es palpable. En el 2013, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística-DANE, existían 4.964.793 personas mayores de 60 años, que corresponden al 10,5 % de la población. De ese total, 650.000 sobrepasan los 80 años.
Aunque es claro que la gente joven sigue siendo la mayoría, ya no lo es tanto. El índice de envejecimiento (relación entre mayores de 60 años y los menores de 15 años) demuestra que desde 1951 ha habido un aumento sostenido, al pasar de 12 a 41,5 personas mayores de 60 años por cada 100 jóvenes. Eso permite proyectar que antes de cinco años la proporción será de 50 adultos mayores por cada 100 jóvenes.
Otro factor determinante en este cambio poblacional es el aumento sostenido de la expectativa de vida.
De acuerdo con el DANE, hoy los hombres en Colombia viven 72 años en promedio y las mujeres alcanzan los 78 años, mientras que en 1950 ellos no alcanzaban los 50 años y ellas apenas llegaban a los 52.
¿Y las políticas públicas?
Semejante panorama debería permitir suponer que el país trabaja en la génesis de políticas y adaptaciones de tipo social y económico para garantizar el bienestar de esta creciente población, pero no es así. De hecho, hay un desfase preocupante entre la oferta y la demanda de servicios y atención de este tipo.
Para empezar, hay que decir que el 48 % de los adultos mayores está en la pobreza, y aunque las tasas de afiliación al sistema de salud tienden a ser universales, hay serios problemas de acceso a los servicios.
En materia de pensiones, que son un seguro para esta población, las cosas van peor. Según la Cepal sólo una de cada cuatro personas mayores de 60 años tiene este beneficio; las proyecciones muestran, además, que esta cobertura empeorará dada la baja tasa de cotizaciones de la población adulta que hoy está empleada, y que apenas bordea el 30 %.
Sobre la base de que el nivel educativo es un factor decisivo en la sostenibilidad de la población mayor, las cifras tampoco son esperanzadores. De acuerdo con el DANE, en Colombia el 54 % de la población mayor de 60 años sólo alcanzó un nivel primario de educación, menos del 10 % terminó la secundaria y apenas el 8 % alcanzó la educación superior. Más del 20 % no tiene ningún grado de escolaridad.
Una cosa, sin embargo, es lo demográfico y otra las condiciones que afectan el bienestar de esta población. El estudio más reciente sobre este tema fue llevado a cabo en Bogotá por Colciencias y la Universidad Javeriana, bajo la dirección de Carlos Cano, director del Instituto de Envejecimiento de esa universidad.
Los autores de este trabajo encontraron, en materia de salud, que las principales causas de muerte entre mayores de 60 años están concentradas en cinco grupos de enfermedades. Se trata, en su orden, de los infartos cardiacos, las enfermedades cerebrovasculares, los males de las vías respiratorias, la hipertensión arterial y la diabetes mellitus (la que se desarrolla en la adultez).
Todas ellas, valga decirlo, son prevenibles en su mayoría o modificables en su desenlace; para la muestra está que el 72,9 % de los mayores de 75 años son hipertensos que, en buena medida, nunca han sido controlados. “Lo que más preocupa es que no hay ninguna diferencia –señala Cano– entre las causas de muerte de la vejez temprana y la más tardía”.
Otro aspecto relevante del estudio es que, de acuerdo con el índice de fragilidad de ancianos (determinado por la pérdida involuntaria de peso, el agotamiento autorreportado, la velocidad de la marcha disminuida, la mínima actividad física y la debilidad), más de la mitad de la población mayor, es decir el 52,4 %, cae en el rango de pre-frágil y el 10 % es definitivamente frágil. Estas condiciones les restan a estas personas independencia, incluso en actividades básicas como moverse, desplazarse, pasar una calle o comer solas.
Solos y enfermos
Pero quizás un componente determinante para evaluar la condición de salud y la relación de la población mayor con el entorno es su estado emocional. La encuesta encontró que el 26 % de los adultos mayores en Bogotá sufren depresión clínica, muchos de ellos con factores que elevan el riesgo de esta condición, como tener otras enfermedades y pertenecer a estratos socioeconómicos bajos.
De acuerdo con Cano, quizás el elemento clínico más determinante para evaluar a esta población está en sus índices de discapacidad. Mientras en otros países los adultos mayores tienden a ser funcionales e independientes en actividades acordes con su edad, en Bogotá cerca del 53 % tiene algún tipo de discapacidad. Las más frecuentes son la pérdida de la capacidad de movimiento, de la visión y del oído.
En la pérdida del bienestar también inciden, de manera importante, las condiciones socioeconómicas, un aspecto que también fue evaluado durante el estudio. Según los autores, el 30 % de la población mayor en el país vive en la pobreza y el 10 % en la pobreza extrema, índices que son algo mejores en Bogotá; en total, nueve de cada diez pertenecen a estratos bajos.
No todos, infortunadamente, cuentan con redes de apoyo que les ayuden a sobrellevar esta situación, pues 13 de cada 100 adultos mayores en Bogotá viven solos y apenas el 30 % tiene una familia nuclear completa.
Estos factores aumentan su vulnerabilidad frente a factores como la violencia; de hecho, el 42 % las personas que hicieron parte del estudio reportaron agresiones en el último año, como lesiones personales en el 16 % de los casos; atracos, en el 20 %, y abuso sexual. Los agresores son, en su mayoría, familiares o personas cercanas.
Las mujeres son las más afectadas.
Aunque la investigación se llevó a cabo en Bogotá, el 43 % de los adultos mayores aseguraron haber sido desplazados por actores armados en algún momento de su vida; de ese total, el 52 % tiene más de 70 años.
Cano no pone en duda, finalmente, que el envejecimiento poblacional sea una realidad en Colombia, lo que se acompaña de problemas sociales, económicos y sanitarios para los cuales el país no está preparado.
“Enfrentarlos requiere –insiste– una reingeniería de todas las políticas públicas en este aspecto. El objetivo no puede ser otro que garantizar un envejecimiento digno y justo de una población de la que todos hacemos parte”.
América latina
Colombia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, México, Perú, Panamá, R. Dominicana y Venezuela son los países de América Latina y el Caribe que hoy experimentan una transición epidemiológica plena, es decir, con descenso de la natalidad y pocas muertes.
Fuente: El Tiempo