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Valencia, España. 20 de junio 2016. Por Andrea Vázquez Martínez*. Uno de los temas más relevantes a los que ha de hacer frente la esfera política y social a nivel mundial es la cuestión del fenómeno de la dependencia. Desde el escenario político hasta el ámbito institucional, desde los centros de investigación a los medios de comunicación, desde la perspectiva organizacional, sanitaria y económica de un país, hasta los diálogos entre los ciudadanos en la calle. Es uno de los temas de mayor importancia para ser abordado en el siglo XXI (Czaja, Eisdorfer y Schulz, 2000). Todos piensan y discuten acerca de las personas dependientes y los recursos con los que hacer frente a esta situación.

En nuestros días, por la magnitud del fenómeno, este es un tema que se sitúa en el centro de debate, tanto en relación con las personas dependientes como en lo relacionado con sus cuidadores. Se ha superado el desafío biológico, el vivir más años pero, sin embargo, no se ha superado el desafío social que este hecho comporta. Esta situación plantea muchas cuestiones primordiales. ¿Cómo ayudar a las personas dependientes y a sus familiares y qué medidas llevar a cabo? ¿Cómo repartir los cuidados entre la responsabilidad social y la responsabilidad familiar?… Tenemos ante nosotros un sinfín de cuestiones todavía sin resolver y, sin lugar a dudas, es un campo de investigación de innegable interés.

Hace ya más de una década que este problema ocupa a los organismos internacionales. Muestra de ello fue la aprobación, en 1998, por el Comité de Ministros del Consejo de Europa, de una Recomendación relativa a la dependencia. En ella se define la dependencia como “la necesidad de ayuda o asistencia importante para las actividades de la vida cotidiana” o, más específicamente, “como un estado en el que se encuentran las personas que, por razones ligadas a la falta o pérdida de autonomía física, psíquica o intelectual, tienen necesidad de asistencia y/o ayudas importantes a fin de realizar los actos corrientes de la vida diaria y, de modo particular, los referentes al cuidado personal” (Consejo de Europa, 1998).

Esta conceptualización expone visiblemente los factores que interactúan a la hora de plantear una situación de dependencia. Por un lado, se considera la existencia de algún tipo de déficit o de discapacidad física, psíquica o intelectual a causa de una enfermedad o de un accidente, que afectaría directamente a determinadas capacidades de las personas, es decir, que limitaría su actividad en la vida diaria. En consecuencia, se produciría la imposibilidad de la persona para llevar a cabo de forma autónoma las actividades cotidianas. Finalmente, se presenta la necesidad de la persona dependiente de disponer de una persona que amortigüe los efectos de su dependencia, es decir, la necesidad de prestación de cuidados por parte de otro.

Entre 1970 y 2025, se prevé que la población con más edad aumente en unos 694 millones, esto es, alrededor de un 223% (OMS, 2002). En el año 2000, en la Unión Europea, las personas de más de 65 años representaban el 16,3% de la población (Eurostat, 2002). En la actualidad, esta cifra se eleva hasta el 31,3% (Eurostat, 2012). El pronóstico, según este mismo informe, para el año 2025, asciende, aproximadamente, al 31,4% de personas mayores de 60 años.

En el año 2050, se estima que las personas mayores supondrán el 32% de la población, esto es, más de 15 millones de personas (IMSERSO, 2011). Sin duda, nos situamos ante una inversión demográfica sin precedentes, puesto que nunca antes el grupo de personas mayores de 65 años había superado al grupo de niños de entre 0 y 14 años de edad.

En el año 2010 las personas mayores ya representaban casi 8 millones de personas, suponiendo el 16,9% de la población española. Además se observa la línea ascendente que siguen las personas muy mayores (de más de 80 años), representado por más de 2,2 millones de personas en la actualidad, con un pronóstico para el año 2049 de 5,6 millones (IMSERSO, 2011).

Se debe matizar que, en el proceso que conduce a la dependencia, como se plantea tradicionalmente, no sólo han de considerarse los factores biológicos relacionados con la salud física y mental. La dependencia es un fenómeno multicausal, en el que cada vez adquieren mayor relevancia los factores psicosociales asociados. Los cambios socioculturales, los avances médicos y demográficos, así como los avances en otras ciencias afines, son los factores más relevantes para explicar que haya un elevado número de personas que llegan a edades más avanzadas (Oliva y Osuna, 2009). Nos situamos, en consecuencia, ante un fenómeno sin precedentes históricos.

La optimización de las condiciones de vida está permitiendo que vivamos más y que cada vez lleguemos a una edad más avanzada en mejores condiciones de salud física y psicológica. Estamos, por lo tanto, ante una excelente noticia. Sin embargo, por el simple paso de los años, y de forma natural, muchas personas van viendo reducida su independencia funcional.

Por tanto, mantener la autonomía y la independencia de las personas en edades avanzadas incluye un reto de gran magnitud. Pese a ello, en la medida en que esto no suceda y las personas vayan perdiendo su capacidad para desempeñar las actividades de la vida diaria y vivir de forma independiente, tendrán más posibilidades de necesitar la ayuda de otros. Afrontar este hecho es un desafío de extraordinaria trascendencia.

Sin lugar a dudas, tenemos ante nosotros un fenómeno sin precedente alguno que se presenta como un reto ineludible: dar respuestas a la gran variabilidad de necesidades y demandas de las personas dependientes, y a sus familiares, desde una perspectiva global e integradora… ¿Estamos preparados y preparadas?

 

* Andrea Vázquez Martínez, Doctora en Psicología. PhD para el ejercicio de la docencia, investigación y gestión en educación superior-SENESCYT. Colaboradora de BSP Asistencia Valencia

Fuente: Geriatricarea

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