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Madrid (España), 20 de diciembre de 2013. De septiembre se habla habitualmente como el mes de “la vuelta al cole”. Con el verano llegando a su fin y las vacaciones estivales concluidas para la mayoría, vuelven a ponerse en marcha las actividades propias de la rutina diaria. Es en este marco en el que las organizaciones responsables de ello empiezan a calentar motores y finiquitar los últimos detalles de la variada oferta de programas socioculturales y formativos para las personas mayores que existen en el país. Por que, en septiembre, también ellos vuelven a las aulas.

El año pasado se matricularon en las universidades para mayores presentes en España más de 50.000 personas, y se espera que, para el curso que ahora comienza, la  participación a estos programas formativos sea similar. La cifra se ha multiplicado significativamente en estos últimos años, dado que hace dos décadas, cuando se inició la andadura de estas enseñanzas, la cobertura estatal era inferior a los 3.000 alumnos.

Alumnos del Aula de Informática de UNATE-La Universidad Permanente

Ala oferta de formación universitaria, además, se le unen iniciativas como las Aulas de Tercera Edad, centros donde se programan todo tipo de actividades socioculturales y de formación permanente, así como los múltiples cursos y talleres para el colectivo senior que ponen en marcha desde instituciones públicas hasta asociaciones u organizaciones no gubernamentales. Precisamente, por la variada oferta existente y la disparidad de organismos que las promueven, es muy difícil extraer datos fiables que den una idea de la implantación de estas iniciativas en el país. No obstante, el Libro Blanco del Envejecimiento Activo, editado por el Imserso en el año 2010, apunta a que la participación en actividades de aprendizaje, en ese periodo, rondaba el 9% entre la población mayor de 65 años. De ellos, la mayor parte participaba en cursos de educación no formal e, incluso, destaca el documento, “un 14,4% de los mayores declaraba continuar su formación de forma autodidacta”.

Que uno de cada diez mayores participe en alguna actividad formativa es, sin embargo, una cifra modesta. Y lo es porque, a pesar de que el INE estima que una de cada cuatro personas mayores de 64 años tiene alguna dificultad para realizar las actividades básicas de la vida diaria (entendido como tal alimentarse, asearse, vestirse o levantarse y acostarse) -y, por lo tanto, tampoco parece probable que vaya a participar en actividades formativas-, lo cierto es que todavía hay una masa de potenciales usuarios que, a tenor de los datos, no se interesa por estas iniciativas.
El Libro Blanco del Envejecimiento Activo pone el acento, en este sentido, en una encuesta realizada en 2006 por el Imserso, que concluía que sólo un 3,5% de los mayores preguntados conocía y utilizaba la oferta de actividades formativas existentes para ellos (cursos, talleres y universidades); mientras que el 55,3% los conocía pero no los utilizaba; y el 39% de los encuestados afirmaba no conocerlos. Un “escaso interés” que los autores del documento creen que podría venir motivado “por factores de comunicación, por defectos de la oferta, o bien por ambas cosas a la vez”.
La presidenta de la Asociación Estatal de Programas Universitarios para Mayores (Aepum), Concha Bru, destaca, al respecto, que “la demanda ha crecido exponencialmente” en lo que a estudios en universidades para mayores se refiere, pero sostiene que, “aún con todo, es necesario seguir realizando campañas de difusión e información para que mucha más gente mayor se incorpore a programas formativos, sean en el ámbito universitario o fuera de él”.
La mejor vía para el envejecimiento activo

Pero, ¿por qué es tan importante fomentar la participación en estas actividades? ¿qué pueden aportar al colectivo senior? Para empezar, nadie discute ya hoy en día que la participación en actividades sociales y culturales es una de las mejores formas de alcanzar un envejecimiento saludable y una oportunidad inmejorable para que el colectivo se mantenga activo en la sociedad después de la jubilación.

Alumnado del Seminario de Literatura de UNATE-La Universidad Permanente, seminario que cuenta con más de 120 alumnos matriculados

No en vano, los programas de formación para mayores “incrementan el conocimiento y la cultura, pero además mejoran su autoestima, su capacidad de memoria y flexibilidad cognitiva, reducen la exclusión tecnológica (mediante la formación y el uso de las TIC), permiten la inclusión social al crear nuevos lazos de amistad entre personas que han visto reducido su grupo de amigos y círculos sociales y laborales por cuestiones de edad (jubilados, viudos…) y facilitan mediante la formación y el desarrollo de nuevas destrezas y habilidades, la reincorporación a la sociedad de personas que vuelven a sentirse útiles, y que mediante acciones de voluntariado o programas y proyectos de aprendizaje colaborativo, desarrollan acciones que no imaginaban podían llevar a cabo”, explica Concha Bru.

Una idea que comparte el secretario general de la Confederación Española de Aulas de Tercera Edad (Ceate), José Luis Jordana Laguna, quien enfatiza que las aulas son “un medio eficaz de promocionar a las personas mayores, potenciando y desarrollando sus capacidades, habilidades y destrezas como personas y como colectivo social”.

Pero, además de todo ello, estudiar es una de las actividades más recomendadas por los expertos para mantener sano un cerebro que envejece. “Se ha demostrado que los adultos que ejercitan el cerebro experimentan un menor deterioro cognitivo o se retrasa su aparición. Mantener la mente activa con diversas actividades tiene un efecto directo sobre el cerebro: aumenta la plasticidad neuronal y la capacidad de nuestras neuronas para estar conectadas unas con otras. En ese sentido, realizar actividades educativas y de formación permite a los mayores seguir siendo mentalmente activos”, explica el doctor Guillermo García Ribas, coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN). En esta línea, el especialista indica que “al cerebro lo que más le gusta son las actividades novedosas, que le sorprendan, que lo saquemos de nuestra rutina, que le presentemos novedades inesperadas y divertidas, nuevos retos y nuevas emociones”. El doctor García Ribas, además, apela a la oportunidad de socialización de estas actividades y recuerda que “la comunicación con otras personas es una de las actividades más enriquecedoras que hay, ya que nos supone un reto para hacernos entender, saber escuchar y planificar lo que uno va a decir”.

Cambia el perfil del alumno
En paralelo al incremento de participantes en actividades socioculturales o formativas especialmente diseñadas para mayores, se ha producido un cambio en el perfil de las personas que se suman a ellas. Así, aunque tradicionalmente eran las mujeres las que en mayor medida acudían a talleres y cursos, los hombres empiezan a ganar terreno. Por ejemplo, Concha Bru destaca que en algunas universidades y comunidades autónomas la presencia de hombres es ya tan importante como la de las mujeres, algo impensable hace una década, cuando copaban las aulas alumnas de entre 65 y 75 años sin estudios universitarios -e incluso sin estudios previos de grado medio-, que querían acceder por primera vez a la universidad. Ahora, sin embargo, la presidenta de Aepum afirma que “hemos crecido en alumnado recién prejubilado (producto de EREs y las prejubilaciones impuestas o no) y también se ha notado la importancia de estos estudios y su impacto en materia de envejecimiento saludable, lo que ha animado a muchos mayores de 75 y 80 años a incorporarse a las aulas o a permanecer en ellas”.
“Otro dato muy interesante es que a los Programas Universitarios para Personas Mayores (PUPM) cada vez se incorpora gente más formada, que ya ha cursado estudios de diplomaturas y licenciaturas universitarias y que busca en los PUPM la formación continua, el reciclarse, el especializarse en campos de conocimiento y materias que le atraen o no domina, e incluso el formarse para desarrollar investigaciones o participar en proyectos e iniciativas de participación ciudadana y aprendizaje colaborativo”, explica Bru. Un nuevo perfil que, como confirma la presidenta de Aepum, “requiere nuevas exigencias educativas y metodológicas a los PUPM, los cuales vienen adaptándose a dichas demandas, y ello lo pueden hacer desde la incorporación de investigaciones y desarrollos pedagógicos y metodológicos concretos en los que la innovación educativa y la calidad son básicos”.

Más apoyo y difusión

A Concha Bru, sin embargo, le preocupa que la crisis paralice el desarrollo de estas actividades. “A la pérdida de poder adquisitivo de las personas en general y de los mayores y jubilados en especial que se matriculan en los PUPM se suma, el incremento de las tasas de las universidades, la reducción de becas y ayudas a este alumnado y los posibles recortes de ofertas de los programas universitarios ante la nula financiación y apoyo que se recibe para los mismos al no tratarse de estudios oficiales”, lamenta.

Por eso, Jordana Laguna se afana también en llamar la atención de “las administraciones públicas, organizaciones de mayores y medios de comunicación, con apoyo de las redes sociales y de las nuevas tecnologías de la información” para que promocionen “las actividades de formación en cuanto a educación formal y académica se refiere (arte, historia, literatura, humanidades, etcétera), pero sobre todo que impulsen el envejecimiento activo y solidario, la participación activa de los mayores por medio del voluntariado en todos sus frentes de acción (social, cultural, medioambiental, educativo, económico, religioso, de desarrollo comunitario, internacional…), lo que necesariamente requiere una información y educación no formal basada en el diálogo y la motivación y una metodología adaptada a la realidad físico-psíquico-social de las personas mayores”.

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