Sevilla (España), 17 de febrero de 2014. Autor: Enrique Pozón Lobato (Catedrático de Física y Química (jubilado). Doctor en Derecho. Doctor en Ciencias de la Educación. Doctor en Veterinaria. http://pozonlobato.blogspot.es)
El envejecer es un proceso del desarrollo humano al que es necesario adaptarse. La vejez supone para la persona mayor desafíos, logros y frustraciones, dificultades, debilitamiento físico progresivo, la pérdida de seres queridos, y la muerte. Hay alegrías y penas, conflicto y soluciones, conquistas y derrotas, sufrimiento. Para hacer frente a estas situaciones se dispone de una serie de recursos, algunos de los cuales van a ser objeto de atención en el presente artículo
El impulso de la autoestima
“Quien se siente a gusto consigo mismo puede desarrollar todo su potencial y superar de forma responsable y con eficacia los retos que se le planteen”
La autoestima, es decir, lo que cada uno piensa y siente sobre sí mismo, su valía personal, sus propias capacidades, es la base para responder de manera activa a las circunstancias ante las que la vida nos coloca. Se ha de reconocer que todas las personas mayores, aunque diferentes, son valiosas, tienen cualidades y capacidades: tolerancia, buen humor, sentido de solidaridad, habilidad para las actividades manuales, para orientar a los demás en las labores que realizan y también para enseñar lo que han aprendido en todos sus años de experiencia a través del estudio y trabajo. Lo importante es saber descubrir en lo que somos buenos y utilizar esto para sentirnos bien con uno mismo.
Una autoestima baja dirige a la persona mayor a la derrota, el fracaso y el pesimismo. Por el contrario las hay que están en plena forma, totalmente capaces, llenas de iniciativas y planes de trabajo y aunque ven disminuidas algunas de sus potencialidades físicas, su mente sigue lucida y disfrutan de la vida. Podemos estar alegres, tristes, deprimidos o molestos pero si notamos que estas emociones se están volviendo negativas para nosotros mismos, debemos buscar algunas alternativas para enfrentarlas. Hemos de aprender a reconocer y manejar nuestros estados de ánimo. La autoestima es parte de nuestra vida. Si la alimentamos diariamente a través de diversas actividades y actitudes lograremos un envejecimiento satisfactorio.
Hay que potenciar la autonomía, no admitiendo más ayuda de la que se necesite; hay que aceptar las limitaciones con metas realistas que puedan lograrse; hay que premiarse con los éxitos, sintiéndose realizado; hay que seguir tomando las decisiones que nos afectan; ¡salir de casa! No encerrarse en sí mismo, ¡hay todo un mundo ahí fuera!, hay que continuar siendo útil con pequeñas y sencillas tareas domésticas y preocuparse por la vida de nuestro entorno; tenga intimidad, ya que es importante seguir teniendo un espacio propio.
Los límites de la nostalgia
“Por un momento los recuerdos pesaron más que las esperanzas, y me envejecí”
Nuestra vida es continua y es bueno recordar instantes del pasado. Sentir nostalgia, sin quedar fijados en el pasado, nos sirve para concebir mejor la vida, estando seguros de que no hay nada tan beneficioso como gozar del presente. Desde un punto de vista positivo la nostalgia acarrea muchísimos beneficios, ya que se refuerza el uso de la memoria, con los recuerdos. Es un estímulo para hacer cosas que dábamos por olvidadas. Recordamos quiénes somos, nos volvemos a conectar con nuestro pasado, aquel que era importante, el que nos ha formado. Aprendemos que el tiempo pasa y se queda ahí, no vuelve, al menos no vuelve como antes. Sin embargo, hay que admitir que la nostalgia tiene sus riesgos, porque demasiada nostalgia puede levantar el mito sobre la realidad, reducir los placeres de la vida real e incluso dañar nuestro estado de salud. Tenemos un pasado -¡nadie lo puede negar!- pero nuestra vida actual pertenece a hoy y a mañana. Así que debemos tener cuidado con el tema de la nostalgia. Para salir de la nostalgia, peligrosa si es duradera, lo mejor es pensar en positivo, es decir “lo más importante de todos aquellos momentos es la alegría con que los viví”. De ahí tomamos fuerza para nuestro presente y estamos preparados para los nuevos momentos felices. Entonces será cuando habremos obtenido los resultados de su ayuda.
“No de vueltas al pasado, pues no lo puede cambiar. No le agobie el futuro, pues no sabe si llegará. Disfrute del presente, no lo deje escapar, porque cuando se vaya, jamás volverá”
El paradigma de lo espiritual
“Espiritualidad, significado que orienta la conducta, el sentido y propósito de la vida, una fuerza última, trascendente y sagrada, que da seguridad”
La espiritualidad se entiende como el conjunto de creencias y prácticas basadas en la convicción de que existe una dimensión no física de la vida. La dimensión espiritual juega un papel importante en quien desee mirar a la persona de manera integral. La concepción que las personas mayores tengan acerca de lo sagrado, lo que hay más allá de la muerte o las respuestas que se hayan dado a las preguntas de por qué y para qué de la vida, dan origen a muchas conductas, sentimientos, y pensamientos que pueden resultar de particular apoyo en la etapa final de la vida, a la vez que son los criterios centrales en la evaluación de la propia vida. Por estos motivos, se plantea que la espiritualidad puede influir tanto en el bienestar psíquico de las personas mayores como en su proceso de adaptación al envejecimiento.
Los beneficios que aporta la espiritualidad tienen que ver con la longevidad, el enfrentamiento a la muerte y la satisfacción vital. Se ha demostrado que las personas mayores que tienen una profunda y personal fe religiosa tienen una mayor sensación de bienestar y satisfacción vital que los menos religiosos. Asimismo, los mayores que tienden a confiarse más a su fe religiosa cuando se encuentran bajo estrés, tienden a mostrar mucho menor o ningún temor a la muerte, comparados con los que la fe es menos importante. Se está introduciendo en ciertos contextos culturales lo que ya se ha denominado el “paradigma de lo espiritual”. El ejercicio de cuidar no puede referirse exclusivamente a la exterioridad del ser humano, sino que requiere, también, una atención a su realidad espiritual, es decir, a lo invisible del ser humano. La cuestión del espíritu está adquiriendo una cierta trascendencia por su relación con varias de las dimensiones del bienestar psicológico y del bienestar subjetivo. Las creencias y experiencias religiosas y espirituales son parte integrante de la personalidad.
Fuente: Madurez Activa