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Ciudad de México, 29 de julio de 2015. «El Vigía». La teoría dice que la vejez es la etapa en la que las personas necesitan mayores ingresos para tener una vida digna. La práctica, en México, nos pinta otra cosa: somos muy buenos para planear eventos, pero no tanto para ocuparnos a tiempo de nuestro retiro. La pregunta de rigor es: ¿estamos preparados para el futuro? Lamentablemente no, ni la gente, ni el país.

Lo ideal sería llegar a viejo y disfrutar lo que nos queda de vida descansando o viajando, tener una jubilación sustanciosa y un sistema de salud garantizado. Pero sabemos que esto es irreal en México, donde el adulto mayor está desprotegido, excluido y condenado a trabajar prácticamente hasta su último día de existencia.

Hoy es común ver a los abuelitos como “paqueteritos” en supermercados o vendiendo cualquier producto en los mercados rodantes. Una gran mayoría de los ancianos se vuelca a la economía informal debido a que las pensiones que reciben no cubren sus necesidades. Es una preocupante realidad y, a su vez, un gran problema.

En 15 años se estima que en el país existirán más de 20 millones de personas que superen los 60 años y habrá que esperar a ver cuál explota primero de todas las consecuencias. No hablamos sólo del impacto laboral-económico, sino de las serias dificultades que se asomarán en el sector salud para atender semejante demanda.

La falta de visión en este último renglón es exagerada y parece que todo retrocede ante el acelerado envejecimiento. Si se calcula que tenemos un déficit del 65% de profesionales capacitados para cuidar del universo de adultos mayores, como nación ya estamos metidos en un gravísimo hoyo que tenderá mucho más a profundizarse por la indiferencia natural e histórica de las autoridades.

Debemos reconocer que las políticas públicas en el país dirigidas a este sector de la población son insuficientes e ineficaces. Se concentran más en aspectos básicos y acotados como la alimentación, salud y entretenimiento, y no tanto en cuestiones laborales o en estrategias que estimulen una mayor participación social de los ancianos.

En definitiva, en México ser adulto mayor es ir contra las posibilidades de tener una vida plena. Muchos son víctimas de la discriminación y del abandono. Los geriátricos actúan como depósitos de abuelos. En realidad, son verdaderos tiraderos de sobra humana.

Un claro ejemplo: el incendio de un asilo en Mexicali en junio pasado donde murieron 17 adultos mayores. La mayoría ni siquiera fue reclamada.  Esto retrata la falta de cultura en el país no sólo para tomar previsiones, sino también para proteger a este rango de personas.

Sin temor a equivocarnos podemos decir que tanto las autoridades como el grueso de la sociedad ven a los ancianos como algo desechable. Han dejado de ser un sinónimo de sabiduría y sus aptitudes no son valoradas, un detalle que no es menor si tenemos en cuenta que el promedio de la edad de la población mexicana está creciendo considerablemente.

Para este Vigía muy pocas personas se visualizan en su vejez y este es un peligroso error de enfoque. La mayoría vive al día casi convencido de que nunca le va a llegar ese momento y por lo mismo no hay de qué preocuparse. Ojalá y la vida les sonría, pero en México no siempre dos más dos son cuatro, y mucho menos cuando se trata de cuestiones sociales a la deriva.

Y mientras los gobiernos sigan observando a los adultos mayores como personas que reciben, y no como individuos con palabra, aspiraciones y deseos, todos vamos viajando, incluidas las autoridades, por el mismo tobogán hacia un destino incierto.

Fuente: El Horizonte

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