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Quito (Ecuador), 25 de abril de 2016. Por Kléver Paredes. Duele. Imposible no conmoverse al mirar la imagen de una persona adulta mayor deambulando por las calles de Manta en busca de su hijo, o de una abuela que murió en Portoviejo junto a su nieto, sepultada por los escombros de la casa donde vivía. El terremoto sucedido el 16 de abril de 2016 en Ecuador deja centenares de muertos, de todas las edades.

Los sobrevivientes, miles de personas que requieren ayuda a corto, mediano y largo plazo. Más de 25 mil albergados y, entre ellos, las personas adultas mayores reconocidas como grupo vulnerable ante los riesgos de desastres, a pesar de que -en la práctica- faltan más acciones para disminuir su estado de vulnerabilidad, satisfacer sus necesidades o reconocer sus capacidades y contribuciones para la mitigación de los impactos de desastres.

Los programas de reducción de riesgos de desastres a menudo se centran en los niños y las mujeres. Un estudio de HelpAge International sobre las personas mayores en situación de riesgo y desastre luego del terremoto del 12 de enero de 2010 en Haití, reveló que el “69,8% de las personas mayores en las zonas urbanas y 79,8% en las zonas rurales sentían no haber recibido asistencia en las respuestas de emergencias ante un desastre”.

Aquel 12 de enero de 2010, el terremoto de magnitud 7.0, dejó una amplia zona de Haití devastada. 222.000 personas murieron, más de 300.000 heridos y 1,5 millones de personas quedaron sin techo. HelpAge International estima que entre los 3,5 millones de afectados, 200.000 fueron adultos mayores.

Hace 3 años la Secretaría de Gestión de Riesgos de Ecuador ha desarrollado talleres y foros dirigidos a las poblaciones en situación de vulnerabilidad, especialmente los adultos mayores que necesiten conocimientos básicos sobre cómo reaccionar ante derrumbes y deslaves. Estas jornadas se centraron más en los grupos organizados de este segmento de población, así como en quienes administran asilos gerontológicos y albergues.

Para incidir en una cultura de la prevención de riesgos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llamó a tomar conciencia sobre las medidas que se crean para reducir el riesgo frente a los desastres, hacia los adultos mayores. Según lo manifiesta en su mensaje el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, “su experiencia, mejora la resiliencia…». “Cuando ocurre un desastre natural, las personas de edad sufren de forma desproporcionada altas tasas de muertes y lesiones. Para invertir esta trágica tendencia, es preciso elaborar planes, crear servicios y prestar apoyo a fin de reducir las vulnerabilidades de las personas de edad y aprovechar al máximo su contribución a nuestra seguridad y nuestro bienestar colectivo”.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS), por su parte, menciona que para atender estos problemas es preciso tener en cuenta el tema del envejecimiento en todas las políticas y los programas de desarrollo, incluidos los relacionados con el manejo de desastres, usando un enfoque participativo que asegure que las personas mayores puedan expresarse.

Las áreas de acción clave, según la Organización Panamericana de la Salud, son:

  • Adaptación/inclusión: Políticas, estrategias y actividades que tengan en cuenta las necesidades, capacidades, vulnerabilidades y perspectivas de todas las edades.
  • Educación: Ampliar la conciencia y los conocimientos sobre los desastres y sobre cómo los viven y responden a ellos las personas mayores. Esta área abarca la capacitación específica de los profesionales de la salud que trabajan en la gestión de riesgos de desastres y de las personas mayores en todos los niveles de la sociedad.
  • Comunicación: Suministrar información oportuna, exacta y práctica que sea fácil de comprender.
  • Coordinación: Velar porque la acción de todos los sectores sea complementaria.

Lecciones aprendidas

La vulnerabilidad de las personas adultas mayores frente a los riesgos y desastres naturales ha sido motivo de estudios en varios países, incluso en Estados Unidos se llegó a la conclusión de que las acciones a favor de este grupo etario, todavía son insuficientes.

Los adultos mayores son más vulnerables a los efectos adversos del estrés psicológico y físico, como en caso de desastre, en parte debido a la tasa elevada de enfermedades crónicas que presentan.

Los desastres graves pueden suponer un estrés abrumador para los adultos mayores, que estos deben conocer y poder prever plenamente. Se debe alentar a los familiares que cuidan a personas con enfermedades crónicas, ya sean mentales o físicas, a que dispongan de planes de emergencia individualizados que abarquen contingencias que no dependan exclusivamente de los cuidadores familiares, puesto que ellos también pueden hallarse incapacitados durante las situaciones de emergencia y ser incapaces de asistir adecuadamente al adulto mayor dependiente.

Pese a que existen directrices y recursos útiles sobre la preparación de los adultos mayores para los desastres, las personas con problemas de movilidad siguen teniendo dificultades durante los desastres y después de ellos, en especial los de mayor edad, que muestran menor nivel de preparación para los desastres. Sin embargo, el aislamiento social, incluso en el seno de una comunidad grande, impide que muchos adultos mayores reciban señales de alerta o pidan ayuda, haciendo que sean invisibles para los equipos de rescate, según una encuesta a adultos mayores publicada en el portal ncbi.nlm.nih.gov.

Muchos adultos mayores viven en condiciones de pobreza o tienen reservas económicas limitadas, lo que puede suponer un reto adicional durante un desastre. El estudio realizado en Estados Unidos confirmó que los ingresos bajos y mediciones similares del estado socioeconómico se asocian a una menor puntuación en cuanto a la preparación para los desastres.

Tanto la carencia de recursos económicos personales —incluida la falta de transporte y de equipo de comunicación— como el nivel de escolaridad bajo pueden servir para identificar a las personas con necesidades especiales en la planificación para los desastres. Este es otro de los motivos por los que resulta esencial contar con planes para los desastres que estén dirigidos a esta población y sean eficaces.

La preparación para situaciones de emergencia ya no se limita a los residentes de ciertas zonas. Cualquier zona geográfica puede sufrir en cualquier momento una situación de desastre como inundaciones, huracanes, terremotos e incendios.

Los adultos mayores también pueden viajar a lugares donde el riesgo de desastres sea mayor que en su vivienda habitual. La adopción de planes específicos de preparación frente a los desastres que aborden las necesidades de salud tanto generales como en caso de emergencia de cada adulto mayor constituye un problema en todo el mundo que, dada su magnitud. Es más, ha sido declarado como un tema prioritario mundial por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Según la Organización Mundial de la Salud los adultos mayores constituyen uno de los grupos más vulnerables en situaciones de emergencia y desastres naturales, ya que puede tener “dificultades particulares para enfrentar un desastre y sus consecuencias. Es frecuente encontrar damnificados mayores que viven solos y aislados de sus sistemas de apoyo; por tanto, suelen tener miedo de pedir ayuda”, siendo además frecuente que después de un desastre estas personas ingresen fácilmente en una etapa de depresión o desesperación. “Lamentablemente, en algunas personas mayores es común encontrar una falta de interés en rehacer sus vidas”.

Durante una emergencia, los adultos mayores suelen ser excluidos de las decisiones o las acciones de la familia o de la comunidad. Lo sucedido en Ecuador el 16 de abril de 2016 nos pone frente a una realidad de vulnerabilidad y de acciones concretas a seguir.

Participación de adultos mayores

Bolivia tiene grupos de prevención

Como parte de la estrategia para elevar la autoestima y empoderamiento de las personas mayores vulnerables se sugiere promover la conformación de redes sociales en los diferentes barrios. El objetivo es que hombres y mujeres mayores se reconozcan como ciudadanos, integrantes de una comunidad, que pueden identificarse entre ellos para cuidarse mutuamente y convivir de una forma más solidaria.

A través de las redes también tienen la oportunidad de reconocer la oferta de diferentes agencias humanitarias en las emergencias y mantenerse informados sobre las novedades en esta materia.

Un ejemplo de organización y participación de los adultos mayores frente a los desastres son las Brigadas Blancas, grupos de personas adultas mayores que viven en una misma zona o espacio territorial, y se organizan para apoyar en el proceso de reducción de los riesgos y actuar durante una emergencia.

Las Brigadas Blancas se encargan de:

– Demandan la incorporación activa de las organizaciones de personas adultas mayores a los Centros de Operaciones de Emergencia y los Comités de Defensa Civil local.

– Difunden medidas preventivas entre personas mayores y organizaciones sociales.

– Desarrollan campañas de difusión de medidas preventivas, utilizando diferentes medios de comunicación, como la radio, televisión, carteles, etc.

– Empadronan las viviendas de las personas mayores de la comunidad, indicando las condiciones de la persona y la casa. En el informe también se destacan los casos de las personas que viven solas y postradas, y las que tienen discapacidades.

La información recabada es entregada al Comité de Defensa Civil local, a la directiva de la comunidad y una copia permanece con la Brigada Blanca. En Bolivia la conformación de estos grupos de ayuda son parte de las acciones de prevención. En el caso de Ecuador, la Secretaría de Gestión de Riesgos desarrolla hace 3 años talleres y foros dirigidos a las poblaciones en situación de vulnerabilidad.

Puntos clave de acción para incluir a personas mayores en los programas de gestión de riesgos. La propuesta es sensibilizar y dar capacitación al equipo de trabajo en la importancia de recabar información desagregada por género y edad de las personas adultas mayores. Construir herramientas amigables de evaluación que contengan preguntas sobre las necesidades y capacidades de las personas mayores.

Identificar sus potencialidades y posibles contribuciones en la preparación ante desastres. Asegurar que las evaluaciones incluyan las preocupaciones de las personas mayores más vulnerables y aisladas, especialmente de aquellas con problemas de salud y las que tienen niños a su cargo. Velar de que los mayores estén representados en los espacios de toma de decisión. (I)

Nuevas normas

El reto es lograr ciudades para todas las edades

Nuevamente el terremoto sucedido el pasado 16 de abril de 2016 en la Costa ecuatoriana nos pone frente a varias interrogantes: ¿Estamos preparados para un desastre natural? ¿Sabemos cómo reaccionar a nivel individual, como familia y sociedad? ¿Los planes de emergencia contemplan a todos los grupos vulnerables? Y surge una pregunta adicional: ¿Qué debemos hacer luego de la tragedia?

La reconstrucción de las zonas afectadas es urgente y se estima que costará más de $ 3.000 millones. Un previo análisis técnico señala que la informalidad de las edificaciones contribuyó a su colapso y para el número elevado de personas fallecidas.

Según el presidente de la Cámara de la Industria de la Construcción, Silverio Durán, la reactivación es una oportunidad para que se apliquen las nuevas normas de edificación vigentes, que obliga a los profesionales, municipios y demás instancias involucradas a cumplir las normativas, por ejemplo, de sismo resistencia, accesibilidad, movilidad, uso adecuado de materiales, zonas de riesgo, entre otras.

El presidente del gremio constructor, además de la parte estructural y técnica que deberán tener las nuevas edificaciones, considera que es necesario levantar ciudades pensadas en habitantes de todas las edades, lo que significa también contar con edificaciones públicas que ante un desastre puedan albergar a los diferentes grupos de población para que reciban una atención particular.

Una ciudad para todas las edades significa que el entorno exterior y los edificios públicos tienen un impacto importante sobre la movilidad, la independencia y la calidad de vida de sus habitantes.

En términos prácticos, una ciudad para todas las edades es aquella que adapta sus estructuras y servicios para que sean accesibles e incluyan a las personas mayores con diversas necesidades y capacidades. Existe el proyecto de Red Mundial de Ciudades Amigables con las personas mayores, que ayuda a las urbes a prepararse para dos tendencias demográficas mundiales: el envejecimiento rápido de la población y la urbanización creciente. El proyecto, que nació en 2006 auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), está dirigido a los factores medioambientales, sociales y económicos que influyen en la salud y el bienestar de las personas mayores.

El envejecimiento de la población y la urbanización son temas de preocupación mundial en el siglo XXI. Mientras crecen las urbes aumenta además el porcentaje de residentes de 60 años o mayores. La rápida urbanización plantea un reto.

Fuente: Palabra Mayor (El Telégrafo)

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