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La Habana (Cuba), 28 de mayo de 2015. Por Fernando Dámaso. Para nadie es un secreto que la población cubana posee un alto índice de envejecimiento, el cual continuará incrementándose debido al  éxodo masivo de los más jóvenes, el aumento de la esperanza de vida y las bajas tasas de nuevos nacimientos.

Por las calles y parques de nuestras ciudades y pueblos deambulan diariamente, con sus bolsas en las manos, andar lento y la mirada cansada, en busca de productos para la alimentación, nuestros ancianos y ancianas, quienes han asumido esta tarea de abastecedores en la mayoría de los hogares.

Los menos afortunados se dedican a la venta callejera de diferentes artículos, desde bolsas de nylon hasta cigarrillos al menudeo, bolsas de café mezclado o de leche en polvo, tabacos artesanales, tubos de pegamento, carreteles de hilo, cuchillas de afeitar, especias, zapatos y ropa de segunda mano y todo lo que pueda ser vendido y convertido en dinero. Su procedencia puede ser más o menos legal o ilegal, pero su razón de ser principal es aumentar sus recursos económicos para poder sobrevivir, ante las paupérrimas jubilaciones que reciben por las decenas de años trabajados para el Estado, las cuales no les alcanzan para cubrir sus gastos personales mínimos.

Ante esta realidad resulta irónico que, precisamente contra ellos, se realice la persecución y represión, mediante operativos donde participan los denominados inspectores estatales integrales y fuerzas del orden público. Al ejecutarse estos en sus lugares de venta se produce una estampida general, siendo arrestados los menos capacitados físicamente para escapar, quienes son obligados a montar en ómnibus o camiones situados al efecto y trasladados a la estación policíaca más cercana, donde son fichados, se les decomisan sus artículos y se les imponen multas no inferiores a 1.500 pesos cubanos (CUP), prácticamente el equivalente de lo que reciben como jubilación en seis o 12 meses.

Además de constituir todo esto un hecho inhumano y bochornoso, ordenado por quienes dicen atender al adulto mayor, y ejecutado por personas con salarios muy superiores a la media nacional, no se atacan las raíces del problema, sino que se reprimen solo sus manifestaciones externas. Para solucionarlo, bien lo saben las autoridades, serían necesarias jubilaciones decentes que cubrieran, al menos, los gastos elementales de cada ciudadano.

Resulta paradójico que, mientras miles de «explotados jubilados» de países capitalistas, acuden anualmente a nuestras playas y centros turísticos para disfrutar del trópico, los «afortunados jubilados» del socialismo cubano no puedan hacerlo y deban conformarse con vegetar todo el año, pasando trabajos y dificultades, en espera de que les llegue la muerte.

Estas situaciones hacen que la palabrería y la propaganda gubernamental  sobre «la esmerada y humana atención que reciben en Cuba los adultos mayores o de la tercera edad«, como también se les denomina, circunscripta en la práctica a unos cuantos ejercicios físicos en placeres sin condiciones, la asistencia a alguna Casa de los Abuelos, una excursión de vez en cuando a precios módicos, una deficiente atención de la salud y un sobre de «chocolatín» a precio subsidiado en sustitución de leche, resulten cuestionables, aunque sean avaladas por algún solícito organismo de las Naciones Unidas, una organización cada vez más alejada de la realidad en sus apreciaciones.

Fuente: Diario de Cuba

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