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Buenos Aires (Argentina), 26 de enero de 2015. Como si hubieran vuelto al colegio, los ancianos que viven en la residencia Sophia cumplen los horarios y participan de las actividades programadas por la institución. Desayunan, tienen una clase de gimnasia, almuerzan, descansan, hacen musicoterapia y cenan. Siempre a la misma hora.

Las conversaciones también se repiten. Elsa, Úrsula, Emilia y Catalina cuentan cuántos hijos tuvo cada una, mientras esperan, ya sentadas en su mesa, que las jóvenes asistentes vestidas de uniforme blanco les sirvan la comida. «Úrsula no perdió el tiempo. Tuvo cinco hijos varones en seis años. En cambio, nosotras solo tenemos uno cada una«, bromea Elsa. «Los tiempos de ahora, no son como los de antes. La gente ya no tiene tantos hijos«, aclara Úrsula, consciente del paso del tiempo.

Es que, según el Censo 2010, la población menor a 15 años disminuyó y, a la vez, la de mayores de 65 años creció. Esto ubica a la Argentina entre los países más envejecidos de la región, con una proporción de 10,2 % de población adulta mayor en 2010. El último censo refleja que hay un 0,3% más de personas mayores que en 2001. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la proporción de adultos mayores alcanza un 16,4%, siendo donde hay mayor envejecimiento de la población en todo el país. La tendencia reflejada en el Censo explica por qué aumentó la demanda de las residencias geriátricas en el último tiempo.

Sólo en la ciudad de Buenos Aires, hay 592 residencias geriátricas con un total de 22.470 camas habilitadas, según surge del Registro de Establecimientos Residenciales para Personas Mayores. Los portales de Internet que se dedican a asesorar a los mayores y sus familias sobre la residencia que mejor se adapta a sus necesidades y posibilidades lo confirman. Según sus datos, la mayoría de las residencias geriátricas están al 95% de su capacidad. El crecimiento habitacional permitió la expansión y la diversidad de la oferta.

La ley 661 de la ciudad de Buenos Aires, que regula la actividad, establece distintas categorías, según las características y estado de salud de los ancianos y, a su vez, dispone, de acuerdo con la clasificación establecida, las prestaciones que deben ofrecer a sus residentes. Sin embargo y, a pesar de la regulación, existe una oferta variada.

Los precios de las residencias geriátricas privadas pueden ir desde los $ 8000 hasta los $ 50.000 por mes, según los servicios y actividades ofrecidas, atención requerida por el adulto mayor y la ubicación. El valor por mes también cambia si la habitación es de uso exclusivo o la comparten. Según la obra social y el plan, sólo los ancianos que tienen un certificado de discapacidad pueden exigir el reintegro del costo del servicio de internación geriátrica.

«La diferencia en el precio depende de la cantidad de personal por cada anciano. Las residencias más baratas ofrecen solamente el personal que exige la ley y menos actividades diarias«, explica Marcela, que tiene a su madre viviendo desde hace tres años en un geriátrico.

Existe una opción más económica. El PAMI tiene residencias geriátricas propias y convenio con privadas, pero sus camas están reservadas exclusivamente para quienes no cuenten con recursos para solventarlo. El servicio es gratuito para los afiliados, salvo por un porcentaje de la jubilación que les retiene la residencia. A su vez, existen hogares de ancianos que sobreviven de donaciones y un porcentaje de la jubilación de los adultos mayores, sin ninguna colaboración estatal. En general, se trata de hogares parroquiales que, por falta de recursos, son muy estrictos en la admisión, porque al contar con un personal limitado no aceptan a quienes por su salud requieran más atención.

La alternativa más exclusiva, que destaca lo idílico, moderno y novedoso del complejo y no se autodenomina «geriátrico«, sino «senior resort«, ofrece a las personas mayores un departamento con todas las comodidades, pero también atenciones sanitarias. Esta opción es, sin lugar a dudas, la más costosa, porque implica la compra de un departamento dentro del complejo y el pago mensual de las expensas que sostienen los mayores servicios y actividades para la tercera edad.

La experiencia, importada de Florida, Estados Unidos, de crear edificios y urbanizaciones para uso exclusivo de la tercera edad, tiene su caso pionero en Nordelta, donde ya se construyeron edificios que aún no se estrenaron. La gran diferencia con las residencias tradicionales es que no hay que adaptarse a ninguna disciplina horaria.

En la medida que el desarrollo poblacional mantenga esta tendencia, la oferta seguirá aumentando. Cada vez habrá más opciones y servicios para la tercera edad.

Fuente: La Nación

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