Chaco (Argentina), 17 de febrero de 2014. Por Eduardo López. Se suele afirmar, con razón, que “hay hechos que valen más que mil palabras”. Y es una verdad que se comprueba todos los días. Un ejemplo de esto es la “Campaña Nacional del Buen Trato al Adulto Mayor” lanzada por la Dirección Nacional para Adultos Mayores dependiente de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación.
La campaña, con excelentes eslóganes y buenas imágenes, se escucha y se ve por los canales de televisión y por el programa Fútbol para todos con la infaltable leyenda “Presidencia de la Nación”. Esto tiene su réplica en la provincia a través del departamento correspondiente en el Ministerio de Desarrollo Social y fue lanzada el año pasado con una multitudinaria marcha aeróbica.
También aquí se escuchan por las radios frases que invitan a brindar buen trato a los mayores (viejos). Sin embargo, más allá de actividades esporádicas y recreativas como excursiones, talleres de arte, ejercicios físicos, caminatas, no se ven hechos positivos en cosas fundamentales que hacen a la calidad de vida de quienes ya se encuentran en su etapa final.
Uno de estos hechos lo constituyen las denigrantes condiciones a las que deben someterse los casi cien mil jubilados y pensionados nacionales y provinciales (un 10 % de la población total) para cobrar sus magros haberes.
En especial en veranos tórridos como el que se está viviendo. Y esto vale no sólo para los habitantes de la tercera edad sino para todas las personas necesitadas y todos los beneficiarios de planes sociales, de asignaciones universales por hijos y muchos otros apoyos que se otorgan como el reciente Plan Progresar, pero que para recibirlos hay que someterse a suplicios increíbles y que nada tienen que ver con el buen trato que se quiere fomentar.
Múltiples escenarios
Para quien tiene un poco de sensibilidad basta ver en determinados días de cada mes (cada vez más) denigrantes escenas en múltiples escenarios. Baste enumerar los bancos (Nación, provincia, sus sucursales y aún algunos privados), cajeros automáticos, oficinas de Correos, centros de pagos (públicos y privados), caja y módulos municipales, la Anses, hospitales, centros de salud.
Existen casos paradigmáticos como lo que puede verse en la sede del Correo Central de Resistencia cuando se paga la asignación universal por hijo, donde son centenares las madres que acuden a las filas con sus niños de pecho para ser atendidas en un estrecho pasillo, mientras la fila se extiende por más de una cuadra y serpentea entre las motos estacionadas en las veredas donde los esposos esperan con paciencia.
Pero el que se lleva el primer premio es el Correo de Fontana, donde miles de personas cobran jubilaciones, pensiones, pensiones graciables, asignaciones por hijo. Allí, a las 4 de la mañana, ya se empieza a hacer la cola para ganar un lugar y poder cobrar “antes de que se acabe la plata”, según dice la gente cuando se le pregunta por qué va tan temprano.
Y tiene su razón, porque el dinero para el día llega con suerte a las 9 en el blindado, o a las 10, u otras veces a las 11, cuando hay gente que hace siete horas que espera bajo el sol. Un señor reparte los recibos y se empieza el pago hasta que se agota la remesa.
Y en la cola se ve de todo: personas muy mayores, discapacitados, gente que a simple vista tiene problemas de salud, madres con hijos de pecho en los brazos, ancianos acompañados por hijos y nietos. Algunos preguntan por qué no apelan a cobrar por “tarjeta”, ignorando que entonces la fila se traslada a los cajeros automáticos que no siempre andan o están cargados.
Pero sobre todo que el que cobra necesita tener el dinero en sus manos para la compra diaria en lugares donde no se utiliza la tarjeta y porque, además, la psicología del adulto mayor o de la persona pobre que no se siente seguro hasta que no tiene “su dinero” en las manos. Más si se cobra el mínimo con el 70 %.
El Centro Único de Pagos para Jubilados y Pensionados Nacionales de Resistencia es amplio, aireado, tiene sillas suficientes, pero no por eso las filas y las esperas no son interminables y se ven personas en sillas de ruedas, ancianos que apenas caminan y que deben ser acompañados.
Que esperan con paciencia. Y además, quienes pueden cobrar por tarjeta y deben obligatoriamente ir a retirar el recibo, un trámite que no puede durar más de dos minutos, pero para el que hay que esperar horas.
¿Nadie ve todo eso? ¿No hay ideas?
Todas estas cosas, y seguramente muchas otras, parece que no son vistas y si lo son no llegan a sensibilizar a gerentes, funcionarios, responsables de áreas, algunos de los cuales también están involucrados en las campañas de buen trato.
No se les ocurren acciones que puedan aliviar y mejorar estas situaciones. Programar mejor los días de pago, aumentar en determinados días las bocas y los cajeros, climatizar los lugares, auxiliar con agua o sombra, extender los horarios.
Eso indica preocupación, ganas de hacer cosas, hacer efectivo en buen trato más allá de las palabras. Hechos, hechos concretos y no avisos para hacer ver que se hace algo. Esta semana que pasó falleció, a los 90 años, la señora Sara Carballeira de Guasti, que trabajó ad honorem muchos años a favor de los jubilados.
Ella fue una de las promotoras de un servicio que pagaba a los jubilados y pensionados de más de 79 años en sus domicilios. No sabemos si esto se cumple, pero por lo que se ve, parece que no. Hacemos hincapié en los jubilados porque son los más indefensos y desprotegidos.
Pero esto también incide en las madres solteras que cobran asignaciones, en los jóvenes del Plan Progresar, en la gente que debe atender su salud en los servicios públicos, a los que tienen que pagar sus impuestos, sacar sus documentos.
De nada valen las campañas de buen trato, si no empezamos por esto, todo lo demás está de más y mientras decimos una cosa con las palabras, con los hechos estamos queriendo ¡que se mueran los viejos (y los pobres)!
Fuente: Diario Norte